Es de común conocimiento que el calendario por el que nos
regimos en la actualidad tiene su origen más inmediato en los tiempos de la Antigua
Roma; eso sí, desde entonces ha sufrido alguna modificación para adecuarlo a la
forma más correcta posible. También es de común conocimiento que los nombres y
expresiones usados en nuestro calendario provienen de los mismos nombres y
expresiones empleados por los antiguos romanos. Lo que aquí se pretende, pues,
es sólo rememorar todo esto. Empecemos, por tanto, con ello.
Nuestro año, compuesto por 365 días (excepción hecha del “año
bisiesto”), lo dividimos en doce partes de más o menos igual duración, a cuya
división llamamos “mes”, otorgando a cada uno de los doce meses un nombre
concreto, desde “enero” hasta “diciembre”. Esto lo sabemos desde pequeños, pero
lo que tal vez no supiéramos es que esta división del año en doce partes no fue
siempre así. Si nos fijamos en el nombre de los últimos cuatro meses, notaremos
que algo no encaja: “sept-i-e-mbre”, “octu-bre”, “novi-e-mbre”, “dici-e-mbre” (siete-bre, ocho-bre. nueve-bre. diez-bre);
pero los números no cuadran con el número de mes, porque septiembre es el
noveno mes y no el séptimo, octubre es el décimo mes y no el octavo, etc. El
motivo de tal peculiaridad es que en un principio, unos 700 años antes de
comenzar nuestra era, el año estaba dividido en diez partes o meses, de donde “dici-e-mbre”
era el décimo mes, pues que era el último del año (de modo que el año constaba
tan sólo de 304 días). Así pues, el año comenzaba en Marzo y terminaba en Diciembre.
¿Y por qué no se empezó a contar el año precisamente en Marzo y no en Abril o
Mayo...? Todo se debe al afán belicoso de aquellos pueblos. Entonces, las
guerras se tomaban un respiro en época invernal: los ejércitos se retiraban o
bien a sus ciudades o a sus campamentos estables y allí permanecían hasta que
el llegaba el buen tiempo, con la primavera. Entonces, los ejércitos se volvían
a poner en marcha y se reiniciaban las hostilidades. Dado que para los romanos
existía la guerra tenía como símbolo al dios que ellos llamaban Marte, le dedicaron
este primer mes de la guerra, sin duda con el loable fin de que el dios le
fuera propicio y les ayudara a derrotar al enemigo. Y así, llamaron a este mes “Martium”,
de donde proviene nuestro Marzo.
En cuanto a Abril, se tienen dudas sobre el origen del
nombre, aunque la mayoría se inclina por relacionarlo con la palabra latina “aperire”,
que significa “abrir”, recordando que es el mes en que florecen las plantas y
la naturaleza se abre a la primavera. Algo parecido ocurre con Mayo, sobre cuyo
origen, el del nombre y no el del mes, parece que no hay consenso, si bien todo
hace suponer que se relaciona con un ser sobrenatural de nombre Maia, aunque
existían una diosa y una ninfa con ese nombre, de donde surgen dudas sobre a
cuál de ellas honrarían los romanos; de todas formas, en este mes los
ciudadanos celebraban la fiesta que conocían como Maius, un festival dedicado a
la diosa, por lo que parece que ésta es la candidata al premio. Esta Maia era
la diosa que, según se creía, auspiciaba la fertilidad, nada más apropiado para
un mes en que la vida comienza a brotar por todas partes después del letargo
invernal.
Llegamos a Junio. Tampoco aquí parece que haya anuencia
sobre el origen del nombre. Mientras unos pretenden emparentarlo con la diosa
Juno, otros dicen que estaba dedicado a Junio Bruto, a quien se considera el
fundador de la República romana. En cualquier caso, después de este mes llegaba
el mes Quinctilis, en clara alusión a que era el quinto. Hasta que no llegó el
afamado Julio César, a partir de este mes ya no había meses con nombre propio,
sino el ordinal (Sextilis, September, etc). En un principio éste era un mes un
tanto largo, dado que contenía ni más ni menos que 36 días; pero llegó Rómulo y
fundó la ciudad de Roma, durante el cual reinado a este Rómulo le pareció
excesivo tanta cantidad de días y los redujo a 31; despues, hace
aproximadamente 2700 años bajo el reinado de un tal Numa Pompilio, el número de
días se redujo a 30. Y entonces llegamos a Julio César, que mandó reformar el
calendario y “ponerlo al día”, devolviendo los 31 días al mes y actualizando
los desfases más notorios que el calendario había ido acumulando por no esta
adecuado a los años naturales (la traslación de la Tierra alrededor del Sol).
En honor a esta encomiable tarea, se honró a Julio César llamando a este mes
Julio (se ve que en aquella época no se dedicaban los nombres de las calles a
este tipo de homenajes). A Julio César le sucedió en el poder su hijo adoptivo,
Octavio, a quien nombraron Augusto. Octavio, por no querer ser menos que su
antecesor, puso su nombre al siguiente mes, de donde pasó de ser llamado
Sextilis a ser conocido como Agosto.

Si alguien se pregunta por qué había tanto disparidad entre
el calendario romano y el año que tarda el planeta en rodear el Sol, se debe a
que este calendario está basado en las fases de la Luna, no en el Sol, por el
cual motivo aún en la actualidad tenemos que añadir un día cada cuatro años.