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martes, 17 de mayo de 2011

De cómo una boda degeneró en una guerra: Troya

Una de las guerras más famosas de todos los tiempos ha sido, sin duda alguna, la conocida como "Guerra de Troya". Las causas reales son tan mundanas que, si por ellas fuera, de Troya no se conocería ni el nombre: éstas fueron las meramente comerciales, pues la ciudad era punto de paso del comercio entre Europa y Asia y los pingües impuestos enriquecían a la ciudad, lo cual provocó no pocos conflictos políticos y armados. Sin embargo, gracias a Homero y su Ilíada, así como parte de su Odisea, la guerra y sus héroes han perdurado a lo largo de los milenios, casi tres mil años. Y todo porque los antiguos hicieron partícipes de la contienda a los dioses con sus pasiones, y a los humanos con las suyas. Veamos cómo, según los mitos y leyendas, un banquete de bodas engendró "la mayor guerra que han visto ojos humanos".

Resulta que el rey Peleo y la ninfa Tetis se conocieron, se enamoraron y decidieron casarse, como tantas y tantas parejas a lo largo de todos estos siglos (más tarde, de este matrimonio bien avenido nacería el aguerrido Aquiles; pero vayamos por partes). Peleo y Tetis se encapricharon en hacer un bodorrio por todo lo alto, invitando a los más ilustres de su tiempo. Así que, por parte del novio, acudieron reyes y príncipes de todas partes; por parte de la novia, todos los dioses importantes y alguno no tanto, bueno, no, todos no, porque no invitó a la diosa Discordia, que los griegos llamaban Erix (no nos olvidemos que esta tradición proviene de Grecia y no de Roma). Pues bien, la tal Erix, diosa de la discordia, cogió el gran berrinche, como era de esperar, pero hay que tener en cuenta que Tetis no quería que la susodicha aguara la fiesta metiendo cizaña entre los invitados para que todo acabara como el rosario de la aurora. El caso es que la ceremonia resultó un éxito, incluso el banquete iba como los novios habían deseado; no obstante, hete aquí que llegando el final del banquete apareció Erix, disfrazada de nube para poderse colar en el festín sin que los matones de la entrada notasen su presencia; con habilidad, la diosa dejó caer sobre la mesa una manzana de oro que llevaba una inscripción: para la más hermosa. En cuanto se supo lo de la manzana y lo de la inscripción, allá se fueron algunas diosas a disputarse la manzana, pero de todas ellas sólo tres consiguieron hacerse con posibilidades: por un lado estaba Hera (Juno para los romanos), la esposa del todopoderoso Zeus (Júpiter para los romanos); por otro lado estaba Atenea (Minerva para los romanos); y en tercer lugar tenemos a Afrodita, la diosa de la belleza y el amor, entre otros atributos (Venus para los romanos). Las tres diosas eran tan bellas como caprichosas, y ninguna de ellas daba el brazo a torcer, así que los demás dioses tenían que decidir para quién era la nefanda manzana. Al final, para no llevarse mal con ninguna de ellas, que tendrían que convivir muchos siglos juntos, los dioses determinaron llamar al banquete a un humano, un troyano de nombre Paris (o Alejandro, como también se le conocía), hijo del rey de Troya, aunque también él tenía sus propios problemas (pero eso es otra historia).
Ya tenemos a Paris con la manzana en la mano y cada una de las tres diosas intentando sobornarle, lo mismito que los políticos de hoy día (si es que hay cosas que no cambian nunca). Así pues, Hera, que por rango fue la primera en hablar, le ofreció todo el poder terrenal, incluso le convertiría en emperador de toda Asia. Luego le tocó el turno a Atenea, que le ofreció personificar la sabiduría misma e, incluso, si tenía que llegar a las armas, hacerle vencedor en todas las contiendas. Por último, le tocó el turno a Afrodita; según algunos testigos, ésta le ofreció el amor de la mujer más hermosa, se supone que mujer humana, claro, y, para  asegurarse la victoria, se dice que llegó a desnudarse delante de Paris. El pobre muchacho, abrumado, sobre todo con Afrodita, la eligió a ella y a ella entregó la manzana.
Y ahora, alguien preguntará, ¿qué tiene eso que ver con la Guerra de Troya? Es que la mujer más hermosa era Helena, esposa de Menelao, quien a su vez era hermano de Agamenón, el rey más poderoso de toda Grecia. Un día el rey de Troya, Príamo, mandó una embajada a Agamenón para que se trataran ciertos asuntos políticos y económicos entre los dos reinos; en esa embajada iba su hijo Paris. Cuando los troyanos llegaron a la corte de Agamenón, por allí pululaba el hermano de éste con su mujer, Helena. Apenas Paris y Helena se vieron, ambos cayeron enamorados. Al llegar el momento del regreso, ni uno ni la otra podían soportar la separación, así que huyeron juntos a Troya. Enterado de la traición, Menelao acudió a su hermano Agamenón y éste, para lavar la afrenta, comenzó los preparativos para conquistar la ciudad y traer de regreso a la adúltera. Así comenzó la Guerra de Troya.

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