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domingo, 8 de junio de 2014

LAS ABEJAS


LAS ABEJAS

                La abeja es un insecto eusocial [el nivel más alto de organización social entre los animales] heminóptero [que tiene alas membranosas, del griego hymen + pteros] de cuatro alas. Se dividen en cuatro especies distintas [apis dorsata, apis florea, apis cercana y apis mellifica], de las cuales la cuarta, la mellifica o doméstica, es la europea y, por consiguiente, la que habita Asturias. Esta abeja europea se subdivide en más de 30 razas, de las cuales la asturiana pertenece a la llamada abeja negra común, caracterizada por la probóscide [trompa] corta [entre 4,6 y 6 mm], por el pelo oscuro y por el carácter irascible.
            La sociedad de las abejas distingue tres tipos o castas dentro de sus colonias: las reinas, las obreras y los zánganos. Cada casta tiene su función y su desarrollo; así, aunque en un principio las reinas y las obreras comienzan alimentándose de jalea real, las obreras cambian de dieta a los dos días, pues, de lo contrario, acabarían adquiriendo la posibilidad de poner huevos, pero infecundos [sólo nacerían zánganos].
            Las abejas que recolectan el polen son las obreras. Éstas son hembras infértiles, cuyo trabajo abarca desde la creación de la cera para construir los panales hasta la limpieza y vigilancia la colmena, así como la crianza de las larvas.
            Las abejas obreras salen a recolectar cumplidos los 18 a 25 días de vida, recibiendo el nombre de pecoreadoras [del latín pecus, ganado]. Buscan el néctar de las flores, el cual absorben con su probóscide [en realidad, una lengua] y, una vez en la boca, con una bomba de succión allí situada lo empujan a través de un largo esófago hasta el buche [ensanchamiento del aparato digestivo]; en el buche el néctar es filtrado por un órgano llamado proventrículo, propio de las aves, los invertebrados y los insectos, limpiándolo del polen. Al llegar a la colmena, las abejas, que ya pesan un 50% más debido a la recolección, regurgitan el contenido del buche a otras abejas, que lo concentrarán en miel gracias a una reducción de agua en torno al 19%. Finalmente, la miel es sellada en una celdilla cubriéndola con un opérculo [tapadera de cera]. Al cabo del día las abejas obreras pueden llegar a realizar 14 viajes de este tipo, siendo su radio de acción no superior a los dos kilómetros desde la colmena.

 

EL POLEN

            Las mieles pueden dividirse en dos clases, multiflorales o milflores, y monoflorales, dependiendo del número de granos de polen que surjan del análisis polínico. Se suelen considerar monoflorales aquellas mieles que alcancen un mínimo del 45% de polen, si bien existen algunas especies de plantas que varían este porcentaje [en el castaño se debe situar entre el 95 y el 99 por ciento; en la falsa acacia no hace falta más que un porcentaje entre el 10 y el 25]. En cuanto a otras tipologías, hay dos tipos de mieles: la caracterizada por un color ámbar [propias de  la zona oriental y la costera], y las de color oscuro [del occidente y zonas de montaña] por su alto contenido en sales minerales [en torno al ocho veces más], principalmente del cobre y del manganeso.
            Las abejas regresan a la colmena con el polen pegado a sus patas, con el que alimentan a las crías y a las otras obreras. Los apicultores colocan unas trampas cazapolen en las piqueras [entrada a la colmena] y entre las alzas. Estas trompan no son más que una rejilla agujereada, por donde las abejas han de pasar y, al rozar las patas con las paredes del agujero, se desprenden del polen, que cae a un depósito inferior. Como este polen recolectado está muy húmedo y puede fermentar, hay que desecarlo con aire caliente o congelarlo para su uso, el cual suele ser el de la alimentación debido a su alto valor nutritivo [contiene más proteína que la ternera, menos grasa que las carnes y en calcio sólo es superado por el repollo; además, sólo el tomate tiene más carotenos (precursores de la vitamina A)]. Según el tipo de polen, sus propiedades varían ligeramente: el de castaño mejora la circulación venosa y arterial, y descongestiona el hígado y la próstata; el de diente de león es diurético, depurativo y laxante.
 

LA CERA

            Cuando el apicultor quita los opérculos de las celdillas, aprovecha para cosechar un elemento pegado a ellos: la cera. Con este método se puede extraer algo más de un kilo de cera pura por cada cien de miel. A veces, sobre todo con las panales viejos, se pueden derretir éstos [con un cerificador solar o una caldera a presión] para conseguir la cera, pero ésta sale mezclada con propóleos y polen: los paneles se meten en una red metálica y todo ello se cubre con agua hirviendo de modo que la cera flota y las impurezas quedan en la red.

            La cera es producida por unas glándulas ceríferas, exclusivas de las abejas jóvenes y situadas en la parte ventral del abdomen. Al ser poco densa, la cera flota en el agua, por cuyo motivo es necesario disolverla con aguarrás u otro disolvente orgánico para obtener un barniz, que protege la madera de la humedad.
            La cera es reutilizada por el apicultor con cierta asiduidad para suministrar nuevos panales a las abejas. Otros usos pasados fue su utilización como velas; griegos y romanos, por su parte, escribían ene tablilla enlucidas con cera.

EL PROPÓLEOS

            En los días calurosos, cuando se sobrepasan los 20º C, las pecoreadoras viejas pueden recolectar, desprendiéndola con las mandíbulas, una sustancia pegajosa que se halla en las yemas y en las ramas jóvenes de ciertos árboles [principalmente, álamos, sauces, pinos y eucaliptos]. Esta sustancia es conocida como propóleos. Una vez en la colmena, las abejas tapan los pequeños agujeros de la colmena o reducen las aberturas o pegan los panales a la colmena… siempre que la rendija no sobrepase los 6 mm.
            El propóleos es de color marrón o verde oscuro y posee un olor resinoso muy característico. Si se le aplica calor se reblandece, si se le aplica frío se vuelve quebradizo. Es curioso el origen de su nombre: proviene del griego pro + poleos [delante de la ciudad], pues las abejas lo usan para estrechar las piqueras de modo que se puedan proteger del pillaje.
            Para conseguir el propóleos, el apicultor raspaba algunas partes de la colmena. Un método más actual emplea mallas plásticas colocadas encima de la última alza hasta tapar las ranuras con propóleos, momento en que se meten en un congelador o una nevera para que cristaliza la sustancia y que, de esa forma, mediante sacudidas o torceduras se desprenda en pequeños cristales.
            Un empleo que se le da al propóleos es el medicinal por su actividad bactericida, antiinflamatorio y antifúngico; además, si se mezcla con alcohol u otro ungüento, acelera la cicatrización de heridas y quemaduras, combate las verrugas y cura algunas afecciones de la piel. De entre todos estos usos, uno muy recurrido es en el caso de inflamaciones de la garganta. Sin embargo, al apicultor no le suele hacer mucha gracia su manejo, pues el propóleos mancha los guantes, las manos y la ropa, y su eliminación es dificultosa; para colmo, podría provocar alergias en las manos.
 
LA COLMENA
            Los primeros colmenares, también llamados apiarios, surgieron en la prehistoria, cuando las personas decidieron llevarse consigo los troncos en donde las abejas anidaban. Los egipcios comenzaron a emplear recipientes de barro para introducir los enjambres, y el humo para calmarlas. En el norte de Europa se usó desde la paja de los cereales hasta los tallos de las zarzamoras. En Asturias era costumbre aprovechar los troncos huecos de los árboles, también tablas e, incluso, corcho.

            En Asturias las colmenas más sencillas [fijistas] constan de una cavidad con dos fustes [pares de palos cruzados], que las abejas aprovechan para construir sus panales colgándolos del techo. El armazón exterior o tronco de árbol se denomina truébano o trobo, el cual lleva una tapa superior llamada témpanu o caldulla; ahora bien, si la colmena está hecha con tabla, generalmente en forma cuadrada, se la nombra como casiellu o cubetu. Otro tipo de colmenas son más complejas [movilistas], cuya invención se sitúa en el siglo XIX, según las cuales los panales los terminan las propias abejas dentro de los cuadros [bastidores de madera de pino], lo cual permite sacar estos cuadros con su producto sin dañarlos y, al mismo tiempo, se reintroducen para ser aprovechados nuevamente. La caja inferior donde van colocados los cuadros se denomina cuerpo, y el resto de cajas se llaman alzas.
LA RECOLECCIÓN
            Cuando el apicultor se encamina a realizar la cosecha correspondiente en una colmena, se enfunda en un traje hermético con guantes y careta de malla o velo, de manera que evita las picaduras. A continuación se sirve del humo para asustar a las abejas, de modo que éstas se atiborran de miel por si hay que emprender la huida, lo cual las hace menos agresivas. A partir de ese momento el apicultor ya puede recolectar el producto. Par ello, retira los panales y los lleva al obrador [un almacén], donde corta la capa de cera de los opérculos, que cierran las celdillas; a continuación, introduce los panales en una centrifugadora, con cuyo movimiento hace que la miel se desprenda y decante de forma líquida en un recipiente, del cual pasará a los tarros que se han de comercializar. Con el tiempo la miel se cristaliza por un proceso natural, si bien no pierde ninguna propiedad. Normalmente se dejan los panales del cajón inferior para que su miel sirva de sustento a las abejas durante el invierno.
            Las colmenas se han de limpiar en primavera: cambiar la base por otra limpia y reemplazar dos panales viejos por otros dos nuevos. Otras tareas del apicultor son más complejas, como la reproducción artificial, la recogida de enjambres, la cría de reinas, etc.