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lunes, 31 de diciembre de 2012

FELIZ AÑO NUEVO

Todos los años y en todas las partes del mundo se celebra el final de un ciclo y el comienzo de otro; este ciclo es, por supuesto, el final del viaje que nuestra Tierra hace alrededor del Sol.Cada civilización midió este tránsito de forma más o menos pareja, pero no igual, de ahí ese desfase, por ejemplo, entre los años chinos y los occidentales. Incluso en el mundo occidental hubo distintas maneras de contabilizar los años. En lo que nos atañe a nosotros, en un principio sólo había diez meses (desde marzo hasta diciembre, según el calendario romano), hasta que el calendario se reformó en época del Papa Gregorio, de donde nos viene el nombre de "calendario gregoriano". En esa reforma se añadieron dos meses (enero y febrero) y se determinaron los años bisiestos, para que el calendario no quedara desfasado con respecto al movimiento terráqueo en torno a nuestra estrella. 
Pues bien, los romanos se regían por un calendario que contabilizaba los años a partir del año de la mítica fundación de su ciudad, Roma, en el año 756 antes de nuestra era. Por lo que respecto a nuestra contabilización, comenzamos los años a partir del mítico nacimiento de Jesús, el Mesías. Sin embargo, Asturias contó también con su propio cómputo. Nuestros antepasados iniciaron el cómputo desde el año 38 antes de nuestra era, cuando los romanos iniciaron las guerra cántabras (contra cántabros y astures). Ese cómputo no fue de corta duración, pues se mantuvo durante el reinado de Asturias y aún durante varios siglos en la Edad Media, hasta que se adoptó el calendario europeo. Así pues, para darnos una idea del recuento anual, el año 2000 de nuestra era (después de Cristo), correspondería al año 2038 de la era hispánica; de otra manera, el año 2013 de la era cristiana correspondería al año 2051 de la era hispana. 
Sea como fuere, Feliz Año Nuevo, cuando corresponda.

martes, 23 de octubre de 2012

las palabras y su origen


      Hace más de 8.000 años que al menos tres palabras siguen pronunciándose igual, así lo han afirmado algunos lingüistas estudiosos de la lengua “indoeuropea”, que es aquélla que hablaban los habitantes del centro de Europa unos seis mil años antes de nuestra era. Aquellas poblaciones fueron expandiéndose y llevando consigo su lengua, que fue variando con el paso del tiempo hasta acabar diferenciándose entre sí; hacia el sur (latín, griego), hacia el norte (antiguo irlandés), hacia el este (indoiranio, tocario), etc… Pues bien, las tres palabras a las que aludíamos al principio son: “papa”, “mama” y “caca”, justo con la misma acepción que hoy conocemos.
      La historia de la lengua puede ser, cuando menos, curiosa, como en el ejemplo anterior. Hay, por supuesto, muchísimas más anécdotas. Una de ellas involucra al “latín” y al “castellano”. Resulta que en latín los nombres de los árboles eran femeninos, significando que eran como madres que parían a sus hijos, que eran los frutos, los cuales tenían género masculino; ahora bien, en castellano estos dos géneros acabaron por torcerse y ahora los árboles suelen ser masculinos y sus frutos femeninos.
      Es sabido que el latín y el griego, junto con el árabe, forman la base de las lenguas de la Península Ibérica, a excepción del vascuence. De las lenguas clásicas (las dos primeras mencionadas) se pueden formar palabras nuevas y, si se aplican las reglas para ello, pueden ser perfectamente válidas, aunque no existan previamente. Pongamos un modelo: en griego “teca” alude a un lugar u objeto que sirve para guardar algo; al mismo tiempo, “pinacs” alude a una tabla pintada; así pues, “pinacoteca” es un lugar donde se guardan cuadros de pintura. Por supuesto, esta palabra ya existe, pero nosotros podemos inventar otras. En griego “piros” significa fuego, luego una “piroteca” es un lugar donde se guarda el fuego (tal vez un mechero). Por cierto, “piros” (fuego, como en “pirómano”), unido a la palabra “opos” (que significa “palabra” en griego), forma la otrora muy usada palabra “piropo” (palabra de fuego).
      Además de todo esto, también podríamos aludir a ciertos pares de palabras castellanas que, aunque parezcan diferentes, tienen la misma raíz latina: “testículo” y “testigo” no sólo es la misma palabra antes de evolucionar, sino que en un principio significaban lo mismo. Al parecido ocurre con “Francisco” y “francés” (ambos referidos al país vecino). ¿Y qué decir de Santiago y Diego? Estos dos nombres provienen de la misma palabra: Yago; el primero debió de ser un santo varón (Sant-Yago) y el segundo… pues no.

domingo, 16 de septiembre de 2012

¿No predicó Jesús...? Pero la Iglesia...

¿No predicó Jesús aquello de que no matarás? Pero la Iglesia preconizó las carnicerías de las Cruzadas y de la Inquisición y los envenenamientos y asesinatos y las intrigas palaciegas...

¿No predicó Jesús aquello de que amarás al prójimo como a ti mismo? Pero la Iglesia preconizó contra los judíos y los mulsumanes y arremete contra ellos para expulsarlos del país y azuza al pueblo contra quienes no se someten a su voluntad...

¿No predicó Jesús aquello de que si le quieres seguir abandona todo bien material? Pero la Iglesia acapara riquezas sin control y se lucran mientras las gentes humildes mueren de hambre; hace ostentación de su poder y realiza negocios lucrativos mientras niños y ancianos padecen miseria y enfermedades y abusos y violencia...

Jesús anunció la venida del Reino de Dios, pero quien llegó fue la Iglesia.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Laviana: ejemplo de estulticia


         En Laviana es común de los polesos faltar a las normas cívicas de convivencia y, de este modo, transgreden los usos propios de una población más o menos bien avenida con la prosperidad. Ejemplo de ello se ve a diario en las calles, en donde los transeúntes cambian de acera sin utilizar los numerosos pasos adecuados para tal función; esto es, cruzan la carretera por donde les viene en gana, en lugar de recurrir a los pasos de peatones, que antiguamente llamaban “pasos de cebra”, y eso a pesar del sinfín de pinturas que pueblan las calzadas de la villa, pues no creo haber visto en ninguna otra localidad tal cuantía de “rayas blancas”. Parece que en la actualidad ya no hay tanto desaprensivo como en décadas anteriores, pero el número de infractores sigue representando una cantidad elevada. Llegados a este punto me pregunto: ¿para qué sirven, entonces, los pasos para peatones?
         Hay peatones que no sólo se conforman con esa costumbre criticable, sino que invaden la calzada sin razón alguna. Es el caso de que, por fortuna cada día menos, estos individuos de que hablo caminan por las vías habilitadas para los vehículos, mientras justo a su lado la acera se halla vacía y sin inconveniente alguno para su utilización. Es más, de vez en cuando algún conductor hastiado de tanta estupidez  y, con toda probabilidad, ansioso por aparcar el automóvil e incorporarse a la vida peatonal, ese conductor, digo, termina por hacer sonar la bocina con la intención de hacer notar a los invasores que se aparten de donde están y regresen a donde deben; en esos casos esos bichos que llamamos peatones se encaran con el pobre piloto, llegando incluso al insulto, como quien dice “yo voy por donde me sale de las narices”. De esta forma, no es de extrañar que me pregunte: ¿para qué sirven las aceras?
         Otra actividad polesa deplorable, aunque en esta ocasión se puede extender a medio país, si no al país entero, es la carencia de sentido social y urbano. Un paseante fumador que gasta uno de sus pitillos arroja la “colilla” al suelo como quien arroja un simple vistazo; es decir, ensucian por donde van tirando a su paso los desperdicios que produce, lo mismo un papel arrugado en una “pelota” o los “cascos” de las pipas de girasol e, incluso, chicles o, lo que es aún más asqueroso, gargajos, flemas y esputos. Tal nivel de inmundicia alcanzan, que no sería en absoluto exagerado apodarlos “animales de pocilga”, si no fuera que con ella se insulta a los pobres gorrinos, que en nada han faltado a la pulcritud de esta puebla. Es ineludible formularse una pregunta: ¿para qué queremos papeleras?
         No obstante lo manifestado hasta ahora, además de esa lacra de viandantes también se debe citar a los automovilistas. Me explico. Resulta raro girar en una esquina, encarar una calle y no observar un coche mal aparcado, bien sea porque está en doble filo o porque está en un vado o porque está subido a la acera o porque… en fin, un mundo entero de aparcamientos ilícitos que son tomados por el “pito del sereno”. A esa banda de gamberros poco les importa que sus autos impidan que una silla de ruedas se tropiece con ellos y se vea en la peligrosa obligación de bajar a la calzada o que paralicen la circulación fluida de los demás coches, autobuses y aun motos, por el cual motivo se origina un ingente desbarajuste del tráfico. Esos lucientes calaveras que habitan en el consistorio intentan remediar este problema reordenando las “direcciones prohibidas” y las “direcciones obligatorias” y las “direcciones únicas” y las “direcciones de doble sentido” y las “direcciones…”; existe la posibilidad de que en esos cerebros obtusos no tenga cabida el raciocinio y ello les impulse a tomar decisiones incongruentes y todas luces insensatas y vacuas, sin que se den cuenta de la verdadera naturaleza de la causa. Así pues, me pregunto: ¿para qué colocamos señales de tráfico?
 Y todo esto sin que esos ineptos policías locales se interesen lo más mínimo por hacer cumplir las leyes municipales. En cierta ocasión en que se había producido un cierto caos circulatorio en un cruce, debido a tres automóviles mal aparcados, una pareja de esos en teoría “servidores del concejo” se acercaba al lugar un tanto despistados y unos cuantos metros de distancia se pararon y fisgaron lo que acontecía; sin duda ninguno se percató de mi presencia, dado que uno de ellos susurró a su compañero con total imprudencia algo así como “vámonos de aquí, que hay mucho lío”; se dieron media vuelta y se alejaron. Claro que visto así, parece que optaron por la decisión más apropiada, porque conociendo su inutilidad tal vez hubieran alargado el agobio y quizás provocado algún nefando accidente. Por todo ello, cabe preguntarse: ¿para qué tenemos policía local?
En general, estas desobediencias al buen convivir son perpetradas por sujetos que se autodenominan responsables, maduros y modelos a imitar; o sea, adultos. Ésos mismos son los que arremeten contra la juventud achacándole apelativos como “salvajes” o “maleducados” o “desvergonzados” o adjetivos de este o peor estilo. Teniendo en cuenta que los tales sólo se podrían aplicar a unos pocos, es usual que la juventud tenga unos valores superiores a su generación anterior. Valga una simple muestra: en un cierto día, años ha, viajaba el que subscribe en un autobús repleto de viajeros a tal punto, que algunos estábamos en pie en el pasillo (ahora, por fortuna, ya no está permitido); entró en aquel momento una señora mayor cargada con un par de bolsas bien llenas y, según la impresión que daba, bastante pesadas; la señora fue avanzando por el pasillo en busca de donde reposar al menos sus bolsas en tanto los usuarios se acurrucaban en sus butacas, hasta que llegó a la altura de un joven quien, apenas vio a la susodicha señora, se levantó para cederle su asiento; el caso es que todos los que rodeaban a aquel joven eran “personas” adultas, sanas y, a lo que parecía, con pleno uso de la razón. Lo malo es que a medida que uno envejece, va adquiriendo los lamentables hábitos de quienes les precedieron y, llegados los años maduros, critican sin ton ni son a los adolescentes para que la rueda de un nueva vuelta. Si tan mala es la juventud, me pregunto: ¿para qué tenemos hijos?
Aunque no todos, muchos de estos inconvenientes podrían hallar solución desde el cabildo, si éste estuviera compuesto por cabezas que en su interior albergaran algo más que el serrín empleado para tapar los meados de los gatos. Todos somos conocedores de las majaderías y sandeces con que nos llenan no sólo las calles de esta puebla y villa, sino también los otros núcleos poblacionales del alfoz. A nadie se le escapa que aprovechan su influencia para actuar en beneficio propio, aun a costa del bien ajeno, sin importarles que tal o cual sufra las consecuencias. Teniendo en cuenta estas y otras consideraciones no expuestas aquí, cualquier ser pensante con un mínimo de neuronas saludables caería en la tentación de hacerse una pregunta: ¿para qué mantenemos a la corporación local?

domingo, 5 de agosto de 2012

unos canarios del todo musicales



     Antes de que los espíritus fueran corrompidos por el poder del dinero, cuando la imaginación y el buen hacer gobernaban las riendas de los artistas, en este país hubo expresiones de verdadero popular arte musical. En la décadas de los '70 del siglo XX, junto con otros grupos varios, Los Canarios protagonizaron una de las más esperanzadoras renovaciones musicales, de lo cual es buen ejemplo esta actuación en el marco de la Televisión Española, sin trampas de "playback" o similares; ellos, sus instrumentos y sus voces en "riguroso directo", como se decía entonces.

     De la imaginación de estos instrumentistas y de otros que con ellos colaboraron, vendría aquella novedosa "actualización" de Las Cuatro Estaciones, de Antonio Vivaldi, que Los Canarios grabaron en un disco de nombre "Ciclos". Y también de alguno de los componentes del grupo, junto con el esfuerzo de otras personas, triunfaría en España aquel musical de título "Jesucristo Superstar", que tan buenas críticas obtuvo no sólo de los que se dicen entendidos, sino de público y oyentes en general; tal vez el mejor musical español de todos los tiempo.

lunes, 30 de julio de 2012

Políticos, políticos, políticos...



En 1905 se inauguró el nuevo edificio del Ayuntamiento de Laviana, para el cual evento fueron invitados a participar en un número extra de la revista "Laviana" algunos de los nombres ilustres del concejo, cual era el caso de Armando Palacio Valdés. Sin embargo, el texto que a continuación se reproduce pertenece a Maximiliano Arboleya, cuyas palabras parecen premonitorias para los tiempos que corren. Veámoslas.

"...el día menos pensado, suba por el Ayuntamiento, como subió ya por las escaleras de tantos Municipios, esa meretriz impúdica, a quien llamamos política los españoles. Y porque veo lo que en otras partes da de sí esa peste, donde quiera que posa su planta inmunda, por eso dirijo a la Virgen del Otero mis fervientes votos para que siempre los representantes del concejo de Laviana, sean administradores rectos de los intereses del pueblo, nunca lacayos envilecidos de los nefastos vividores políticos..."

viernes, 6 de julio de 2012

UNA CUESTIÓN DE HACHE A LA ESPAÑOLA

 

  Al parecer, en los tiempos que corren los ciudadanos españoles sienten "los colores" como algo propio, aunque sólo sea en aras del deporte. Cuando un país extiende su éxito fuera de sus fronteras y es reconocido en todo el mundo, hasta los separatistas se arriman a las llamas para recibir algo del calor del triunfo, haciendo gala de su propia hispanidad. Por cierto, si "españoles" deriva de "España" e "hispanidad" deriva también de "España", ¿por qué el primero no lleva hache y el segundo sí la lleva? Y ya que estamos, ¿por qué los anglosajones escriben "España" sin "e" (Spain)?
     Vayamos, como debe hacerse, al inicio de todo, al origen último de la palabra "España". Ésta deriva del fenicio "-spn-", al que se le suele añadir el sufijo "-ya" y el prefijo "i-", si bien este prefijo es discutido por algunos lingüistas. Existen otras teorías sobre el origen de la palabra en cuestión, pero ésta del fenicio es la más aceptada. El caso es que los fenicios llamaron a este país (incluida la actual Portugal) algo así como "Ispanya" o "Spanya", de la cual dualidad surgió la denominación anglosajona de "Spain". Pues bien, cuando los romanos tuvieron conocimiento de esta región, latinizaron el nombre fenicio convirtiéndolo en "Ispania"; ¿de dónde, entonces, salió la "h" de "hispanidad"? El asunto surgió cuando en época tardía los latino-hablantes trataron de corregir una tendencia lingüística: durante años la gente no sólo dejó de pronunciar la "h" (de hecho, nosotros no la pronunciamos), sino que tampoco la escribía. Surgió, entonces, la tendencia contraria, la de pronunciar la "h" con más fuerza para que no se perdiera, pero ocurrió lo inevitable: la ultracorrección; esto es, que la gente ponía la "h" en donde antes no la llevaba; por ejemplo, creían que en "Ispania" antes había una hache que dejaron de pronunciar y ahora pretendían restituirla sin darse cuenta de que nunca había existido. Como consecuencia, se comenzó a escribir "Hispania", de donde proviene la hache de los derivados que actualmente conocemos. Con el tiempo los lingüistas se percataron del error y fue subsanado con bastante posterioridad, aunque ya era tarde para ciertos casos.

jueves, 3 de mayo de 2012

CIERTOS COMIENZOS...

Quien más y quien menos ha oído la expresión "quorum"; que si hay quorum o que si no lo hay o que si lo debería haber. Pero, ¿qué demonios quiere decir eso de "quorum"?. Pues bien, la palabra en sí se podría traducir literalmente como "de quienes" o "de los cuales" (que es lo mismo), lo cual no parece que tenga mucho sentido; sin embargo, esta palabra sólo es el comienzo de la frase latina "quorum praesentia sufficit" o, lo que es igual, "la presencia de los cuales es suficiente", que quiere decir que el número de miembros en una asamblea, reunión o similar es suficiente para validar un acuerdo. 
Y es que a veces nos conformamos con iniciar una frase y dejarla así, medio muerta, por el tanto uso que le damos, a tal punto que ya los demás no necesitan oír el resto. Por ejemplo, cuando dos personas (o más) se despiden, es bastante probable que al menos alguna de ellas diga aquello de "adiós"; no obstante, ¿sabrá esa persona lo que está diciendo? ¿qué es "adiós"? La expresión es, como en el caso del latinajo, el comienzo de una frase ya muy antigua, como es de suponer, que al completo sería algo así: "A Dios te encomiendo". ¿Para los no creyentes tendrá el mismo sentido que para los creyentes? Pues sí, porque la frase ha perdido todo contexto religioso.
Por cierto, hablando de este tipo de comienzos, se me viene a la memoria el nombre de los notas musicales en el mundo anglosajón. Recordemos: las notas musicales que todos conocemos son "Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si". Sin embargo, muchos han reparado en que se les llama de forma diferente, con una simple letra; así que tendríamos: "A, B, C, D, E, F, G". ¿Qué narices son estas letras y qué tienen que ver con el nombre de las notas musicales? La verdad es que los anglosajones les pusieron, como se puede apreciar, el orden de las letras del abecedario sin más; nosotros, en cambio, recurrimos a un poema, del inicio de cuyos primeros versos tomamos el nombre de las notas: "ut queant laxi / Resonare fibris / Mira gestorum / Famuli tuorum / Solve polluti / Labii reatum / Sancte Ioannes" (para que tus siervos puedan exaltar a plenos pulmones las maravillas de tus milagros, disuelve los pecados de labios impuros, san Juan). ¿Y Do? ¿Y qué es Ut? En realidad, "Ut" se cambió por "Do" en el siglo XVIII, tras ocho siglos desde que Guido de Arezzo innovara este método de llamar a las notas. Por cierto, "A" equivale a "La", ¿por qué, entonces, no se comienzan a enumerar las notas con La? 

martes, 17 de enero de 2012

ASÍ COMIENZA UNA GRAN NOVELA


    Pocos minutos antes de las campanadas de la Nochevieja, con las que se despide un año y se da la bienvenida al siguiente, una euforia inusual había invadido, como por ensalmo, las arrugas amodorradas de mi cerebro, pensando que con la llegada del año nuevo podría recobrar antiguos bríos, ya embebecidos en el agua del Estigia. Sin embargo, apenas una hora más tarde la cruel realidad me había devuelto al mundo insufrible, en el que los últimos tiempos (casi dos lustros han transcurrido)  he arrastrado mis pies. Aún más, hoy he regresado al abismo de las tinieblas, que tan bien conozco por haberlas visitado con relativa frecuencia desde la temprana edad de los trece años, número de mal augurio para algunos. Ahora, no obstante, tal vez me halle más perdido que nunca, dejando abandonados y a medio realizar los proyectos que en un tiempo fueron planeados en la inconstante imaginación, entre ellos el de recuperar la ilusión navideña, cuando esas fechas alcanzan el calendario y que hace una década extravié en alguna parte de mi vida.

        En un tiempo lejano creí que a falta de una compañera, si me atiborraba de películas, libros, discos, juegos y otros entretenimientos, quizás se me pasaran las horas, si no feliz, al menos entretenido; me equivoqué: cada día transcurrido crece en mí el vacío y me desespero imaginando que jamás mis caricias rozarán el cuerpo no ya desnudo, ni siquiera vestido de una esposa; o que no habrá unos labios sobre los que depositar un beso desde los míos; o que no recibiré en un abrazo, en un regazo la cabeza somnolienta de una amante; o que nunca acunaré, agasajaré, me ilusionaré con la presencia de una pequeña descendiente. ¿De qué sirven tantos trastos inútiles que no me han de devolver la mirada? Estirar una mirada y que nadie la devuelva, eso es la soledad. Nadie habrá que se haga uno conmigo mientras contemplamos un film en el cine o compartimos una cena en un restaurante, ni entrelazaremos nuestras manos al pasear a lo largo de una calle larga y sinuosa. Ya nada me queda de entonces para acá, sino verter mis frustraciones en estos legajos para que alguien ¿quién sabe cuándo? pueda leerlo en su intimidad y recordar que una vez he existido, pues no es la muerte pronta e ineludible lo que temo, sino el polvo del olvido.