Insignia de Facebook

jueves, 9 de marzo de 2017

EL CAMBIO DE HORARIO

 Cada año, dos veces vemos que nuestros relojes adelantan o atrasan una hora. Al menos, esto sucede en un día festivo, lo que no trastoca mucho nuestros hábitos. Sin embargo, pasado ese día, el nuevo horario puede afectar a nuestro ritmo diario, tal vez durante unos días. Es una forma de lucha entre el reloj y el biorritmo. Así también, dos veces al año, coincidiendo con este cambio, la gente comenta lo inútil o provechoso que resulta esta mudanza que sucede en las manecillas del reloj, ahora más bien en los números digitales. Pero, ¿siempre ha sido así? Seguramente no. ¿Desde cuándo venimos esclavizándonos con este forma de tortura? Echemos un vistazo a la historia.
Durante la Primera Guerra Mundial, Alemania, al igual que los demás países que intervenían en ella, pasaban serios apuros en su economía interior debido a los gastos ocasionados por la contienda bélica, así que intentaban idear algún modo de aprovechar el tiempo para producir mayor cantidad de energía, que en aquellos tiempos provenía principalmente de las minas de carbón. En 1916 alguien se acordó de un panfleto que había sido escrito unos años antes un inglés, ya fenecido, en el que se mencionaba el desperdicio de parte del día durante los meses de primavera y verano. Visitemos al autor de este panfleto antes de proseguir con los alemanes.
William Willet había sido un magnate de la construcción a principios del siglo XX. Vivía a unos 15 kilómetros al sur de Greenwich, en un lugar llamado Chislehurst. Pues bien, este adinerado constructor era muy aficionado a los caballos; solía dar grandes paseos, sobre todo al alba, subido a lomos de uno de ellos, internándose por el bosque cercano a donde vivía. Por supuesto, en sus cabalgatas debía pasar por delante de las casas de la población. Muchas veces, en los días de verano, cuando los rayos del sol ya calientan a primeras horas del día, observaba las persianas cerradas y pensaba en la gente que estaría durmiendo plácidamente en sus lechos, ajenas a la vida que ya había despertado al aire libre. ¡Qué desperdicio de tiempo! debió de pensar. Así que se le ocurrió escribir un panfleto con esa idea suya: si se arrancara ese tiempo matinal del alba y se colocara al final de la tarde, la gente no sólo podría disfrutar de más horas de luz, sino que también se podría alargar la jornada de trabajo (beneficio para las empresas como la suya). Aquel panfleto se conoció con el pomposo título de “The Wasted Daylight” (la luz diurna desperdiciada). Regresemos ahora a los alemanes y sus problemas de energía.
Dado que no veían la forma de aumentar la producción de carbón, se les ocurrió que podrían consumir menos carbón, aprovechando esas horas matinales que la primavera y el verano proporcionaban, siguiendo la línea razonada de William Willet. Así que comenzaron a torpedear a la población civil, sobre todo a los empresarios, con la idea de acomodar las horas, o lo relojes, a la jornada diurna, de modo que los empresarios podían ahorrar en sus gastos, los gobernantes podían mantener la guerra, y los ciudadanos.... bueno, podrían disfrutar de más tiempo al levantarse con el alba, aunque fuera para ir al trabajo. De modo que en la zona germana se adoptó el cambio de horario, para lo cual se difundieron montones de tarjetas postales para advertir de ello a la población. Pocas semanas después a los ingleses les pareció una estupenda idea, de manera que se adhirieron a la moda. Antes de terminar la guerra varios países imitaron a estos dos, llegando a Estados Unidos en 1918.
El término de la guerra no puso fin a este idea tan productiva. Los cambios horarios se expandieron por todas partes hasta llegar un momento en que toda Europa, toda América, toda Asia, toda Oceanía y la mayor parte de África (casi todo el mundo) adoptaron este sistema. Con el tiempo y las transformaciones que la industria y la sociedad fueron sufriendo a lo largo del siglo pasado, esta medida horaria fue perdiendo vigencia, puesto que empezó a resultar tan inútil como innecesaria, así que poco a poco los diferentes países fueron abandonando la idea y dejaron de modificar sus relojes. Actualmente, salvo tres o cuatro países, ni Asia, ni África ni Oceanía adelantan o atrasan las manecillas, o los números digitales.

¿Se debería desistir y rendirse al hecho de que ya no tiene sentido esta norma? ¿Todavía tiene su provecho en el ahorro de energía? Sea como fuere, la medida fue adoptaba con dos fines muy nobles que engrandecen a la Humanidad: prolongar una guerra y enriquecer a los poderosos. Ustedes mismos.