Cada año, dos veces vemos que nuestros relojes
adelantan o atrasan una hora. Al menos, esto sucede en un día festivo, lo que
no trastoca mucho nuestros hábitos. Sin embargo, pasado ese día, el nuevo
horario puede afectar a nuestro ritmo diario, tal vez durante unos días. Es una
forma de lucha entre el reloj y el biorritmo. Así también, dos veces al año,
coincidiendo con este cambio, la gente comenta lo inútil o provechoso que
resulta esta mudanza que sucede en las manecillas del reloj, ahora más bien en
los números digitales. Pero,
¿siempre ha sido así? Seguramente no. ¿Desde cuándo venimos
esclavizándonos con este forma de tortura? Echemos un vistazo a la historia.
Durante la Primera Guerra Mundial, Alemania, al igual
que los demás países que intervenían en ella, pasaban serios apuros en su
economía interior debido a los gastos ocasionados por la contienda bélica, así
que intentaban idear algún modo de aprovechar el tiempo para producir mayor
cantidad de energía, que en aquellos tiempos provenía principalmente de las
minas de carbón. En 1916 alguien se acordó de un panfleto que había sido
escrito unos años antes un inglés, ya fenecido, en el que se mencionaba el
desperdicio de parte del día durante los meses de primavera y verano. Visitemos
al autor de este panfleto antes de proseguir con los alemanes.
William Willet había sido un magnate de la
construcción a principios del siglo XX. Vivía a unos 15 kilómetros al sur de
Greenwich, en un lugar llamado Chislehurst. Pues bien, este adinerado
constructor era muy aficionado a los caballos; solía dar grandes paseos, sobre
todo al alba, subido a lomos de uno de ellos, internándose por el bosque
cercano a donde vivía. Por supuesto, en sus cabalgatas debía pasar por delante
de las casas de la población. Muchas veces, en los días de verano, cuando los
rayos del sol ya calientan a primeras horas del día, observaba las persianas
cerradas y pensaba en la gente que estaría durmiendo plácidamente en sus lechos,
ajenas a la vida que ya había despertado al aire libre. ¡Qué desperdicio de
tiempo! debió de pensar. Así que se le ocurrió escribir un panfleto con esa
idea suya: si se arrancara ese tiempo matinal del alba y se colocara al final
de la tarde, la gente no sólo podría disfrutar de más horas de luz, sino que
también se podría alargar la jornada de trabajo (beneficio para las empresas
como la suya). Aquel panfleto se conoció con el pomposo título de “The Wasted
Daylight” (la luz diurna desperdiciada). Regresemos ahora a los alemanes y sus
problemas de energía.
Dado que no veían la forma de aumentar la producción
de carbón, se les ocurrió que podrían consumir menos carbón, aprovechando esas
horas matinales que la primavera y el verano proporcionaban, siguiendo la línea
razonada de William Willet. Así que comenzaron a torpedear a la población
civil, sobre todo a los empresarios, con la idea de acomodar las horas, o lo
relojes, a la jornada diurna, de modo que los empresarios podían ahorrar en sus
gastos, los gobernantes podían mantener la guerra, y los ciudadanos.... bueno,
podrían disfrutar de más tiempo al levantarse con el alba, aunque fuera para ir
al trabajo. De modo que en la zona germana se adoptó el cambio de horario, para
lo cual se difundieron montones de tarjetas postales para advertir de ello a la
población. Pocas semanas después a los ingleses les pareció una estupenda idea,
de manera que se adhirieron a la moda. Antes de terminar la guerra varios
países imitaron a estos dos, llegando a Estados Unidos en 1918.
El término de la guerra no puso fin a este idea tan
productiva. Los cambios horarios se expandieron por todas partes hasta llegar
un momento en que toda Europa, toda América, toda Asia, toda Oceanía y la mayor
parte de África (casi todo el mundo) adoptaron este sistema. Con el tiempo y
las transformaciones que la industria y la sociedad fueron sufriendo a lo largo
del siglo pasado, esta medida horaria fue perdiendo vigencia, puesto que empezó
a resultar tan inútil como innecesaria, así que poco a poco los diferentes
países fueron abandonando la idea y dejaron de modificar sus relojes.
Actualmente, salvo tres o cuatro países, ni Asia, ni África ni Oceanía adelantan
o atrasan las manecillas, o los números digitales.
¿Se debería desistir y rendirse al hecho de que ya
no tiene sentido esta norma? ¿Todavía tiene su provecho en el ahorro de
energía? Sea como fuere, la medida fue adoptaba con dos fines muy nobles que
engrandecen a la Humanidad: prolongar una guerra y enriquecer a los poderosos.
Ustedes mismos.