Insignia de Facebook

domingo, 16 de septiembre de 2012

¿No predicó Jesús...? Pero la Iglesia...

¿No predicó Jesús aquello de que no matarás? Pero la Iglesia preconizó las carnicerías de las Cruzadas y de la Inquisición y los envenenamientos y asesinatos y las intrigas palaciegas...

¿No predicó Jesús aquello de que amarás al prójimo como a ti mismo? Pero la Iglesia preconizó contra los judíos y los mulsumanes y arremete contra ellos para expulsarlos del país y azuza al pueblo contra quienes no se someten a su voluntad...

¿No predicó Jesús aquello de que si le quieres seguir abandona todo bien material? Pero la Iglesia acapara riquezas sin control y se lucran mientras las gentes humildes mueren de hambre; hace ostentación de su poder y realiza negocios lucrativos mientras niños y ancianos padecen miseria y enfermedades y abusos y violencia...

Jesús anunció la venida del Reino de Dios, pero quien llegó fue la Iglesia.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Laviana: ejemplo de estulticia


         En Laviana es común de los polesos faltar a las normas cívicas de convivencia y, de este modo, transgreden los usos propios de una población más o menos bien avenida con la prosperidad. Ejemplo de ello se ve a diario en las calles, en donde los transeúntes cambian de acera sin utilizar los numerosos pasos adecuados para tal función; esto es, cruzan la carretera por donde les viene en gana, en lugar de recurrir a los pasos de peatones, que antiguamente llamaban “pasos de cebra”, y eso a pesar del sinfín de pinturas que pueblan las calzadas de la villa, pues no creo haber visto en ninguna otra localidad tal cuantía de “rayas blancas”. Parece que en la actualidad ya no hay tanto desaprensivo como en décadas anteriores, pero el número de infractores sigue representando una cantidad elevada. Llegados a este punto me pregunto: ¿para qué sirven, entonces, los pasos para peatones?
         Hay peatones que no sólo se conforman con esa costumbre criticable, sino que invaden la calzada sin razón alguna. Es el caso de que, por fortuna cada día menos, estos individuos de que hablo caminan por las vías habilitadas para los vehículos, mientras justo a su lado la acera se halla vacía y sin inconveniente alguno para su utilización. Es más, de vez en cuando algún conductor hastiado de tanta estupidez  y, con toda probabilidad, ansioso por aparcar el automóvil e incorporarse a la vida peatonal, ese conductor, digo, termina por hacer sonar la bocina con la intención de hacer notar a los invasores que se aparten de donde están y regresen a donde deben; en esos casos esos bichos que llamamos peatones se encaran con el pobre piloto, llegando incluso al insulto, como quien dice “yo voy por donde me sale de las narices”. De esta forma, no es de extrañar que me pregunte: ¿para qué sirven las aceras?
         Otra actividad polesa deplorable, aunque en esta ocasión se puede extender a medio país, si no al país entero, es la carencia de sentido social y urbano. Un paseante fumador que gasta uno de sus pitillos arroja la “colilla” al suelo como quien arroja un simple vistazo; es decir, ensucian por donde van tirando a su paso los desperdicios que produce, lo mismo un papel arrugado en una “pelota” o los “cascos” de las pipas de girasol e, incluso, chicles o, lo que es aún más asqueroso, gargajos, flemas y esputos. Tal nivel de inmundicia alcanzan, que no sería en absoluto exagerado apodarlos “animales de pocilga”, si no fuera que con ella se insulta a los pobres gorrinos, que en nada han faltado a la pulcritud de esta puebla. Es ineludible formularse una pregunta: ¿para qué queremos papeleras?
         No obstante lo manifestado hasta ahora, además de esa lacra de viandantes también se debe citar a los automovilistas. Me explico. Resulta raro girar en una esquina, encarar una calle y no observar un coche mal aparcado, bien sea porque está en doble filo o porque está en un vado o porque está subido a la acera o porque… en fin, un mundo entero de aparcamientos ilícitos que son tomados por el “pito del sereno”. A esa banda de gamberros poco les importa que sus autos impidan que una silla de ruedas se tropiece con ellos y se vea en la peligrosa obligación de bajar a la calzada o que paralicen la circulación fluida de los demás coches, autobuses y aun motos, por el cual motivo se origina un ingente desbarajuste del tráfico. Esos lucientes calaveras que habitan en el consistorio intentan remediar este problema reordenando las “direcciones prohibidas” y las “direcciones obligatorias” y las “direcciones únicas” y las “direcciones de doble sentido” y las “direcciones…”; existe la posibilidad de que en esos cerebros obtusos no tenga cabida el raciocinio y ello les impulse a tomar decisiones incongruentes y todas luces insensatas y vacuas, sin que se den cuenta de la verdadera naturaleza de la causa. Así pues, me pregunto: ¿para qué colocamos señales de tráfico?
 Y todo esto sin que esos ineptos policías locales se interesen lo más mínimo por hacer cumplir las leyes municipales. En cierta ocasión en que se había producido un cierto caos circulatorio en un cruce, debido a tres automóviles mal aparcados, una pareja de esos en teoría “servidores del concejo” se acercaba al lugar un tanto despistados y unos cuantos metros de distancia se pararon y fisgaron lo que acontecía; sin duda ninguno se percató de mi presencia, dado que uno de ellos susurró a su compañero con total imprudencia algo así como “vámonos de aquí, que hay mucho lío”; se dieron media vuelta y se alejaron. Claro que visto así, parece que optaron por la decisión más apropiada, porque conociendo su inutilidad tal vez hubieran alargado el agobio y quizás provocado algún nefando accidente. Por todo ello, cabe preguntarse: ¿para qué tenemos policía local?
En general, estas desobediencias al buen convivir son perpetradas por sujetos que se autodenominan responsables, maduros y modelos a imitar; o sea, adultos. Ésos mismos son los que arremeten contra la juventud achacándole apelativos como “salvajes” o “maleducados” o “desvergonzados” o adjetivos de este o peor estilo. Teniendo en cuenta que los tales sólo se podrían aplicar a unos pocos, es usual que la juventud tenga unos valores superiores a su generación anterior. Valga una simple muestra: en un cierto día, años ha, viajaba el que subscribe en un autobús repleto de viajeros a tal punto, que algunos estábamos en pie en el pasillo (ahora, por fortuna, ya no está permitido); entró en aquel momento una señora mayor cargada con un par de bolsas bien llenas y, según la impresión que daba, bastante pesadas; la señora fue avanzando por el pasillo en busca de donde reposar al menos sus bolsas en tanto los usuarios se acurrucaban en sus butacas, hasta que llegó a la altura de un joven quien, apenas vio a la susodicha señora, se levantó para cederle su asiento; el caso es que todos los que rodeaban a aquel joven eran “personas” adultas, sanas y, a lo que parecía, con pleno uso de la razón. Lo malo es que a medida que uno envejece, va adquiriendo los lamentables hábitos de quienes les precedieron y, llegados los años maduros, critican sin ton ni son a los adolescentes para que la rueda de un nueva vuelta. Si tan mala es la juventud, me pregunto: ¿para qué tenemos hijos?
Aunque no todos, muchos de estos inconvenientes podrían hallar solución desde el cabildo, si éste estuviera compuesto por cabezas que en su interior albergaran algo más que el serrín empleado para tapar los meados de los gatos. Todos somos conocedores de las majaderías y sandeces con que nos llenan no sólo las calles de esta puebla y villa, sino también los otros núcleos poblacionales del alfoz. A nadie se le escapa que aprovechan su influencia para actuar en beneficio propio, aun a costa del bien ajeno, sin importarles que tal o cual sufra las consecuencias. Teniendo en cuenta estas y otras consideraciones no expuestas aquí, cualquier ser pensante con un mínimo de neuronas saludables caería en la tentación de hacerse una pregunta: ¿para qué mantenemos a la corporación local?