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lunes, 19 de diciembre de 2011

SANTA CLAUS O SAN NICOLÁS


Se aproximan las fiestas navideñas y muchos niños, sobre todo en Estados Unidos y Canadá, aguardan con impaciencia la víspera del día de Navidad; esto es, lo que en España conocemos como Nochebuena. ¿Por qué esa impaciencia? Porque esa noche llega Santa Claus repartiendo regalos a diestro y siniestro, cuya fama se extiende por todas partes. Así, al alba del día siguiente los niños, y los no tan niños, se levantan raudos y se van hacia el árbol navideño para abrir los regalos que allí estarán depositados.

           
     Sin embargo, no en todas partes Santa Claus es ese obeso y “tontorruno” bonachón, adorado por niños y grandes. Por ejemplo, en Suiza, sin ir más lejos, la tradición lo describe de forma diferente. Veamos las diferencias: en Estados Unidos Santa Claus llega la noche del 24 de diciembre montado en un trineo tirado por renos, mientras que en Suiza lo hace el día 6 del mismo mes con un burro cargado con los regalos; en Estados Unidos Santa Claus se cuela por la chimenea para entrar en las casas, en tanto que en Suiza llama al timbre de la puerta y los padres le franquean la entrada; en Estados Unidos Santa Claus reparte regalos y se va, pero en Suiza sólo reparte frutas y chocolate y, si el niño se ha portado mal, lo mete en el saco y se lo lleva consigo (como el “coco” en España, de ahí que se le tema); en Estados Unidos se cree que Santa Claus vive en el Polo Norte, mientras que en Suiza se cree que vive en el bosque. Además de todo esto, mientras que el Santa Claus de Estados Unidos dispones de todo un ejército de elfos para construir los juguetes, además de su amante esposa Mamá Claus, el Santa de Suiza vive solo en el bosque, con su burro, dedicándose a recolectar los frutos que éste proporciona. ¿Cómo, entonces, llegan los regalos navideños a los niños suizos? Según la tradición, es un ángel el encargado de la tarea el día de Navidad y, otro punto discordante, los regalos se hacen a los niños y adolescentes, pues, una vez entrado en la veintena de años, no se suele recibir regalo alguno.
      
          En cuanto al origen del mito Santa Claus, ya es de todos conocido, así que con un breve resumen será suficiente para refrescar la memoria. Se dice que en el siglo IV vivió un tal Nicolás de Bari, de origen turco, que llegó a ser ordenado sacerdote. Ya en su tiempo fue famoso no sólo por sus bondades, sino también por obrar algunos milagros, lo cual le llevó a ser santificado. La figura pasó poco a poco a convertirse en San Nicolás (Sant Niklaus), cuya tradición llevaron los europeos a América. Por cierto, el dicho de que fue la Coca-Cola quien lo vistió de rojo para promocionar su bebida, también de este color, no es del todo correcto; de hecho, ya aparecía vestido con los colores rojo y blanco en publicaciones anteriores a la empresa; lo que sí es cierto, es que los anuncios con Coca-Cola ayudaron en gran manera a que se expandiera esta figura.
        
        ¿Cómo relacionar a Santa Claus con los regalos de la Navidad? Pues bien, en la antigua Roma existían una fiestas a mitad de diciembre, dedicadas a su dios Saturno, durante las cuales los niños recibían regalos de los adultos. Esta se extendió a todo el imperio y con el tiempo surgieron diversos personajes míticos que realizaban estos trabajos, como la famosa hada italiana Befana. Más tarde en algunos lugares estos personajes fueron reemplazados por la figura de Nicolás. Cuando los holandeses fundaron lo que es actualmente Nueva York, llevaron consigo este mito, a quien ellos llamaban Sinterklaas. En el siglo XIX fue descrito en un poema de Clement Clark Moore como un duende enano y delgado que repartía juguetes a los niños, ayudado por un trineo tirado por nueve renos; pero, poco después el dibujante alemán Thomas Nast lo representó en sus viñetas como un gordo barbudo y bonachón. A finales de este siglo la Lomen Company estadounidense predicaba en un anuncio que Santa Claus vivía en el Polo Norte.
       
         En fin, sea como fuere, Santa Claus o Reyes Magos, lo importante es que haya una FELIZ NAVIDAD para todos.
Otras historias y curiosidades

jueves, 15 de diciembre de 2011

¿Existe realmente la solidaridad desinteresada?


Hace poco he estado escuchando el discurso que Kathleen Blanco, gobernadora de Luisiana en Estados Unidos, pronunció a raíz del desastre causado por el huracán Katerina. En él exaltaba la ayuda desinteresada de policías, bomberos, militares, ciudadanos... incluso políticos. Esto me recordó otra historia parecida en otro lugar y en otro tiempo. Era una pequeña ciudad, cuyos habitantes estaban pasando serios apuros económicos, la cual sufrió una terrible catástrofe que dejó sin hogar a cientos de personas, destruyó muchos de los pocos medios de vida que los habitantes poseían, además de quitar la vida a varias decenas. No tardaron en llegar los primeros suministros de parte de otras ciudades más pudientes, así como las condolencias de diversas autoridades. Días después, también se escuchó un discurso conmovedor del político de turno. En dicho discurso, el orador remarcaba la ayuda desinteresada de los ciudadanos, agradeciendo los esfuerzos de todos, citando a ministros, empresarios, oficiales militares, autoridades religiosas… En fin, todos a una y la humanidad hermanada ante los desastres. Pero todo esto escondía la verdad, como supongo la escondía en el caso de Luisiana. Veámosla.
                El desastre se originó por un incendio que se propagó a una velocidad inusitada. ¿Por qué? El incendio fue causado por una empresa que estaba quemando arbustos y arboledas para realizar una carretera, que permitiese el acceso a una importante yacimiento de minerales; las llamas no tuvieron oponente, pues la ciudad no contaba con la más mínima red de protección, porque el dinero destinado a ella se lo habían embolsado entre políticos, empresario y militares (digamos que la ciudad no contaba con servicio de bomberos o similares, que las casas estaban construidas con materiales defectuosos y, algunos, altamente peligrosos y contaminantes…). La evacuación de la población civil no pudo realizarse con celeridad debido a que la única carretera de salida se encontraba en tan malas condiciones, que apenas un vehículo podía circular (los habitantes habían reclamado repetidas veces el arreglo de dicha carretera, así como la construcción de otras nuevas, a lo que el gobierno se negó por considerar la zona como no próspera y adecuada para el progreso del país). Después del desastre, las ayudas necesarias no llegaron a tiempo (todas fueron retenidas, incluso las ayudas internacionales, para comprobar lo que había y, así, poder repartirlas de un modo más equitativo [hay que decir que al final, muy al final, sólo llegó una quinta parte de dichos recursos]). Lo que sí llegó a la ciudad, apenas se extendió la noticia por todas partes, fueron las promesas, las buenas palabras, los ofrecimientos, las congratulaciones, etc; pero no llegaron las medicinas, los alimentos, el agua potable, las tiendas de campaña… Eso sí, en el discurso arriba pronunciado se juraba rehabilitar las casas, realojar a los habitantes, renovar la industria… Los ciudadanos aportaron dinero, ropa, comida; los militares, disciplina; los políticos, nada; y los empresarios… cobraron, en connivencia con el gobierno, altos precios y elevadísimos préstamos por rehabilitar los edificios, construir una nueva carretera… Por ejemplo, muchos ciudadanos damnificados fueron alojados momentáneamente en algunos hoteles de ciudades próximas, lo que se agradeció profundamente en el discurso; lo que no se dijo, fue que los hoteles cobraron las estancias a los ciudadanos que podían pagar y, los menos pudientes, acudieron al gobierno, que les prestó el dinero para pagar las habitaciones ( digo prestar y no donar).
                Todo esto nos lleva a pensar la fuerza de las palabras, pues con unas palabras bien escogidas y una buena oratoria, se puede engañar a toda una nación, cuando no a todo un planeta. Algo parecido ocurrió hace más de dos mil años en Roma. Cuando el famoso incendio en época de Nerón destruyó gran parte de la ciudad, no sólo los historiadores de entonces, sino otros muchos hasta hoy en día, acusaron al emperador de ello, como por ejemplo en las películas y series de televisión y novelas. Sin embargo, Nerón ni siquiera estaba en la ciudad y, tan pronto como se enteró, regresó a la ciudad e incluso abrió su palacio para atender a los damnificados. Lo que ocurrió en realidad, es que un fuego fortuito (como era habitual) en una vivienda, se extendió rápidamente y no se pudo sofocar a tiempo. Sólo eso, nada más. Pero, claro, la persecución posterior a los cristianos (que en aquel entonces eran más bien judíos) y los gobernadores siguientes cargaron a Nerón con toda la culpa. 
Otras historias y curiosidades

martes, 6 de diciembre de 2011

NIEVE


Por estas fechas ya es habitual que en ciertas partes de España haya aparecido la nieve, sobre todo en las altas cumbres. Sin embargo, durante los últimos años, salvo excepciones, este elemento se deja de rogar más de lo que antaño era usual; esto es, que nieve menos veces y en menor cantidad, según la región. Por ejemplo, en la norteña Asturias los inviernos, ya de siempre suaves, se van tornando menos blancuzcos. Hace tan sólo una cincuentena se venía cumpliendo aquello de que cada invierno traía siete nevadas, de donde surgieron refranes tales como “por Todos los Santos (1 de noviembre), nieve en los cantos” o “por San Andrés (30 de noviembre), nieve en los pies”, lo cual viene a significar las dos primeras nevadas. Pues bien, aunque hay zonas en la península que todavía siguen fieles a dichos refranes, en la Asturias antes mencionada en vez de nieve lo que se tiene es agua de lluvia y, normalmente, un pequeño rocío de nieve como residuo de lo que fue otrora. Da la impresión de que los inviernos se invierten y comienzan a asentarse en aquellos parajes, en los que la nieve se veía con menos asiduidad que en el presente o, al menos, en mayor cantidad.

Ya sabemos que “Año de nieves, año de bienes”. La nieve es, al fin y al cabo, agua helada; sin embargo, porta menos cantidad que el agua líquida (aproximadamente setenta centímetros cuadrados de nieve equivale a dos centímetros agua), lo que puede llevarnos a pensar que para la tierra sería mejor la lluvia. Ésta, la lluvia, cae al suelo y es absorbida por él en la cantidad que pueda absorber, impidiendo que el resto penetre en él; así pues, al cabo de poco tiempo, si no llueve, la tierra va consumiendo el agua acumulada en su interior hasta que la falta de lluvia va resecando el terreno, lo cual conlleva falta de productividad (terrenos baldíos, si no fuera por la mano del hombre). La nieve, en cambio, se acumulada sobre la superficie durante largos períodos de tiempo, derritiéndose lentamente hasta que llega el calor primaveral y, más tarde, la cercanía del verano, el cual proceso sirve de abastecimiento a la tierra, proporcionando agua, humedad y frescor, alimentando fuentes y manantiales que, a su vez, alimentan los arroyos y torrentes que, por su parte, alimentan los ríos.

Tal vez lo más curioso de la formación de los copos sea el motivo por el cual surgen. Normalmente sucede en torno a partículas de polvo, alrededor de las cuales el agua se va congelando hasta formar diminutos cristales que toman forma de diminutas estacas (si la temperatura se sitúa alrededor de los cinco grados Celsius [o centígrados] bajo cero) o de diminutos platitos (si la temperatura ronda los quince grados Celsius [o centígrados] bajo cero). Al final, estos cristales se unen entre sí para formar los copos. Es curioso el hecho de que a medida que los copos se van acumulando sobre la superficie, las ondas sonoras que se reflejan en la nieve caída, son absorbidas por la nieve, así que cuanta más nieve vaya cayendo, menos ondas sonoras se escapan de ella; en cambio, en cuanto dicha nieve se compacta con el tiempo, las ondas sonoras son reflejadas por ella y apenas las absorbe. 

Para terminar, no se puede obviar los trastornos que provoca en todo ser viviente. Aunque es obvio el beneficio que acarrea al limpiar la atmósfera y al mantener a rayo a los parásitos que dañan las plantas y los animales, no es menos obvio que su aparición en exceso provoca incluso la muerte. Así, los animales ven mermada la fuente de su alimento (algunos aprovechan para hibernar y otros emigran momentáneamente a otros parajes). Al hombre le acarrea no menos problemas; a la nieve se deben muertes por congelación (sobre todo en los "sin techo") o por fallos cardíacos (debidos al esfuerzo de remover la nieve acumulada) o por accidentes (principalmente de tráfico); así mismo, las nevadas causan otros inconvenientes en la vida diaria (cancelaciones de vuelos, carreteras cortadas, riadas en el deshielo, cortes en el suministro de energía, etc). Claro está, a pesar de todo, bienvenida sea.