De
entre las muchas habilidades que el ser humano ha ido adquiriendo a lo largo de
su historia desde los ancestros primigenios, cabría destacar una destreza a la
que apenas se le da la importancia que su impronta deja en nosotros cada día:
al parecer, el ojo humano tiene la capacidad de distinguir más de un millón de
tonalidades de colores; no es que distinga más de un millón de colores, sino de
tonalidades, como el azul celeste, azul claro, azul marino, azul bebé, azul
real, azul egipcio, azul cobalto… La lista, sólo con el azul, se nos puede
hacer interminable. Nuestros ojos, los del ser humano, no son los que más lejos
ven o los que mejor detallan una figura o los que menos luz necesitan…, pero sí
deben de ser los que más tonalidades de color distinguen, aunque no sé si eso
nos servirá de mucho como especie. Quizás nos haya podido ayudar a descubrir el
mínimo cambio en nuestro entorno para ponernos en alerta ante los depredadores,
pero ¿en qué nos afecta hoy en día?
Todas estas tonalidades se
reducen, al menos en teoría, a sólo tres colores, cuya combinación producen
todos los demás: el rojo, el azul y el verde [de todos es sabido que si
mezclamos rojo y verde obtendremos el amarillo]. Normalmente se mezclan los
tres colores entre sí en distintas proporciones, como por ejemplo el marrón, el
cual, dependiendo de la cantidad de cada color básico (rojo, verde y azul),
será pardo, castaño, carmelita… Por este motivo la fotografía digital suele
basar sus colores en un sistema llamado RGB, que son las siglas de las palabras
inglesas Red (rojo), Green (verde) y Blue (azul). ¿Y qué pasaría si mezcláramos
los tres colores primarios en igual proporción? Pues que obtendríamos el blanco
absoluto [obviamente, si nos abstenemos de añadir colores nos toparemos con el
negro; esto es, la ausencia de color]. Claro que si cogemos los botes de pintura y mezclamos
los tres colores primarios conseguiremos un profundo negro y no el blanco
esperado; esto es así, digamos porque el resultado de esta mezcla absorbe toda
la luz y no refleja nada [en realidad, los colores son el reflejo de las ondas
de luz al incidir en los objetos: la hoja de un árbol absorbe parte de las
ondas de luz y las que no absorbe forman el color verde; así que la luz, en sí
misma, es blanca]. En conclusión, los colores primarios son verde, azul y rojo,
pero las pinturas primarias serían amarillo, cian y magenta, con cuyas mezclas
conseguiríamos resultados diferentes a los anteriores [el cian y el amarillo a
partes iguales produce el verde].
Pero, veamos, ¿qué colores
existen? ¿cuáles son los colores elementales? La respuesta es ocho: los tres
primarios (rojo, verde, azul), los tres secundarios (amarillo, cian, magenta) y
los dos acromáticos (blanco y negro) [los colores secundarios son los que se
obtienen mezclando a partes iguales los primarios: rojo + verde = amarillo,
verde + azul = cian, azul + rojo = magenta]. Cuando dos colores se mezclan en
la proporción adecuada y da como resultado un color neutro (gris, blanco o
negro), estaríamos hablando de dos colores complementarios; por ejemplo, el
verde y el magenta, o el azul y el amarillo, o el rojo y el cian, como en el
sistema RGB (el que suele emplear Photoshop y otros programas similares). Si
aplicamos esta teoría a las pinturas en sí, las combinaciones varían
ligeramente, así que el azul (mejor el cian) no sería el complementario del
amarillo, sino del magenta, como en el sistema CYMK (el que suelen emplear las
impresoras y que corresponden a los colores Cyan, Yellow, Magenta y Key-black).
Por este motivo, cuando nos topamos con una pintura (un cuadro o una pared) en
el que predominan dos colores complementarios, producen un efecto de
agresividad, de oposición, caso contrario al de los colores análogos, que
producen armonía cuando van unidos [los colores análogos son los que están
juntos en el espectro; por ejemplo, el rojo tendría como colores análogos al
púrpura y al violeta, incluso apurando un poco más serían el rojo violáceo y el
rojo anaranjado].
Por
supuesto, el conjunto de colores más famoso es el que forma el arco iris, que
es un efecto visual causado por los rayos del sol al atravesar las gotas de
agua, y cuya consecuencia inmediata es la descomposición del blanco en siete
colores: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta. A pesar de la
variedad de tonalidades de color que podemos distinguir, hay otras que se nos
escapan, puesto que nuestro ojo no alcanza a distinguir cuando el objeto
rechaza algunos tipos de ondas de luz, que para nosotros serían invisibles; es
lo que se conoce como colores ultravioletas y infrarrojos. Resulta que si
colocamos toda la gama de colores en hilera, poniendo los ultravioletas en una
esquina y los infrarrojos en la opuesta, el color que estaría en medio sería el
verde, a un lado de éste estaría el azul y al otro lado estaría el amarillo; es
decir, que tal vez el color verde será el más adecuado a nuestra visión.
Unas veces por tradición y otras
por motivos más o menos científicos, los colores fueron asociándose a ciertas
sensaciones psicológicas, generalizando las cuales podríamos decir lo
siguiente: los colores azules transmiten simpatía, armonía y fidelidad; los
colores transmiten pasión, amor y odio; los colores amarillos vacilan en
sentimientos contradictorios, pero también indica optimismo y celos; los colores
verdes se relacionan con la fertilidad y la esperanza; los colores negros
suelen asociarse a la muerte, a la violencia y al universo mismo; los colores
blancos se inclinan hacia la inocencia, el bien, lo limpio, incluso la nada;
los colores naranjas aluden a la diversión, pero también a la alerta; los
colores violetas (los más escasos en la naturaleza) indican la ambivalencia;
los colores rosas nos previenen de lo dulce y delicado, pero también de lo
escandaloso y de los curioso; los colores marrones resultan acogedores, pero
también se refieren a lo antipático y lo feo y a la pereza y a la necedad; los
colores grises indican aburrimiento, crueldad y antigüedad.