Hace más de 8.000 años que al menos tres palabras siguen
pronunciándose igual, así lo han afirmado algunos lingüistas estudiosos de la
lengua “indoeuropea”, que es aquélla que hablaban los habitantes del centro de
Europa unos seis mil años antes de nuestra era. Aquellas poblaciones fueron
expandiéndose y llevando consigo su lengua, que fue variando con el paso del
tiempo hasta acabar diferenciándose entre sí; hacia el sur (latín, griego),
hacia el norte (antiguo irlandés), hacia el este (indoiranio, tocario), etc…
Pues bien, las tres palabras a las que aludíamos al principio son: “papa”,
“mama” y “caca”, justo con la misma acepción que hoy conocemos.
La historia de la lengua puede ser, cuando menos, curiosa,
como en el ejemplo anterior. Hay, por supuesto, muchísimas más anécdotas. Una
de ellas involucra al “latín” y al “castellano”. Resulta que en latín los
nombres de los árboles eran femeninos, significando que eran como madres que
parían a sus hijos, que eran los frutos, los cuales tenían género masculino;
ahora bien, en castellano estos dos géneros acabaron por torcerse y ahora los
árboles suelen ser masculinos y sus frutos femeninos.
Es sabido que el latín y el griego, junto con el árabe,
forman la base de las lenguas de la Península Ibérica, a excepción del
vascuence. De las lenguas clásicas (las dos primeras mencionadas) se pueden
formar palabras nuevas y, si se aplican las reglas para ello, pueden ser
perfectamente válidas, aunque no existan previamente. Pongamos un modelo: en
griego “teca” alude a un lugar u objeto que sirve para guardar algo; al mismo
tiempo, “pinacs” alude a una tabla pintada; así pues, “pinacoteca” es un lugar
donde se guardan cuadros de pintura. Por supuesto, esta palabra ya existe, pero
nosotros podemos inventar otras. En griego “piros” significa fuego, luego una
“piroteca” es un lugar donde se guarda el fuego (tal vez un mechero). Por
cierto, “piros” (fuego, como en “pirómano”), unido a la palabra “opos” (que
significa “palabra” en griego), forma la otrora muy usada palabra “piropo”
(palabra de fuego).
Además de todo esto, también podríamos aludir a ciertos pares
de palabras castellanas que, aunque parezcan diferentes, tienen la misma raíz
latina: “testículo” y “testigo” no sólo es la misma palabra antes de
evolucionar, sino que en un principio significaban lo mismo. Al parecido ocurre
con “Francisco” y “francés” (ambos referidos al país vecino). ¿Y qué decir de
Santiago y Diego? Estos dos nombres provienen de la misma palabra: Yago; el
primero debió de ser un santo varón (Sant-Yago) y el segundo… pues no.