Insignia de Facebook

sábado, 16 de abril de 2011

LA CASADIELLA ASTURIANA

La "casadiella" es un postre títpico de Asturias. Hasta ahí todos estamos de acuerdo. Sin embargo, he leído muchas recetas y todas varían un tanto de la que yo conozco. Cuando era niño mi madre nos preparaba un buen montón de "casadielles" al llegar la Navidad, algo así como un complemento al turrón. Debo decir que, aparte de esta peculiaridad, también los "falluelos" (frisuelos) estaban reservados a un período concreto del año, el que va desde el Carnaval hasta la Semana Santa. Pero vayamos con "les casadielles". Casi todas, por no decir todas, las recetas que he leído contienen nueces; la que yo os propongo no. Todo comienza al llegar el otoño, más concretamente el mes de octubre; es entonces cuando se recogen "les ablanes" (las avellanas), se dejan varios días que se sequen al sol en un lugar seco y luego se almacenan. Una vez en vísperas de la Noche Buena, mi madre nos hacía a los pequeños "frañir les ablanes" (cascar las avellanas); luego ella las metía en el horno para "turrales" (tostarlas). Una vez en su punto, se muelen en un molinillo y se reservan.
Vamos ahora con la pasta. Se mezcla un kilo de harina con un poco de levadura, algo de azúcar y una pizca de sal, se le añade un poco de mantequilla y un par de huevos (a los que previamente habremos quitado la cáscara, obviamente). A continuación viene un vaso de agua tibia, otro tanto de aceite y un par de sorbos de vino blanco (no olvidemos que este postre lo comen niños de todas las edades). Como se puede apreciar, las cantidades no son exactas; así las preparaba mi madre, así las prepara mi hermana y así las preparo yo... y salen bien. Se amasa todo hasta que adquiera la consistencia necesaria, espolvoreando un poco más de harina o humedeciendo la mezcla con un poco más de agua, según sea necesario. Una vez terminado, se envuelve en un trapo y se deja apartado en un lugar templado durante una hora, aproximadamente.
Entre tanto, preparamos el engrudo o relleno. Para ello acudimos a las avellanas molidas, a lo cual echaremos un chorrito de anís (es aquí cuando mi madre comenzaba a ponerse más alegre y, pocos minutos después, a tararear e, incluso, a cantar; ahora me explico por qué).
Llegado el momento, acudimos a la pasta, extraemos un tanto de ella, la extendemos con el rodillo hasta obtener una fina capa, cortamos los laterales para obtener una especie de tablilla de unos diez o doce centímetros de ancho. Con una cucharadita (tal vez de café o de postre) ponemos un poco de engrudo en el extremo de la tablilla y enrollamos como un canuto, cortamos una vez enrollado el engrudo y con un tenedor aplastamos los laterales para cerrar bien el canutillo. Seguimos así hasta terminar con la pasta, con el engrudo o con todo ello.
Ya vamos llegando al final. Calentamos en una sartén suficiente aceite como para cubrir al menos la mitad del canutillo y, una vez hirviendo (o casi), vamos colocando en la sartén tantos canutillos como quepan (cuidándose no quemar, ¡ojo al parche!). Cuando estén dorados por abajo, se vuelcan los canutillos para dorarlos por arriba (no nos vayamos a pasar y vayamos a quemarlos, así que hay que estar pendientes). Se sacan a una fuente y a repetir la operación con los siguientes canutillos hasta completar la tarea. Cuando se hayan enfriado lo sufiente, se pueden comer con moderación.

domingo, 10 de abril de 2011

La amistad verdadera

     pinchad aquí, si queréis un poco de música    
    



             Ubi amici, ibi opes, decía Quintiliano en uno de sus versos; esto es, “donde hay amigos, hay riquezas”. No confundamos la concepción de la amistad con el término: no todos los que se van de copas juntos, los que se ríen juntos o los que comparten sus cosas juntos, son amigos. La amistad se halla en un punto más profundo; Cicerón decía que “el amigo es aquel que es otro yo”. ¿Cómo se llega a saber cuál es esa amistad? Veámoslo en un ejemplo, si bien sea más leyenda que realidad, pues, como afirmaba Enio, “el verdadero amigo se conoce en las situaciones difíciles”.
                Hace ya un buen montón de siglos, existió un imperio en Asia Menor (lo que ahora viene a ser Iraq, Siria y alrededores), cuyo cabeza visible fue Ciro. A pesar de su gran poderío, el ejército de Ciro hubo de enfrentarse a algunas revueltas dentro y fuera de sus territorios, aunque por fortuna para el emperador siempre salía triunfante. En cierta ocasión Ciro tomó fuertes represalias contra un ejército derrotado y ordenó ajusticiar a la mitad de los rebeldes; entre éstos había dos amigos que habían crecido desde pequeños, profesándose una amistad que nunca había sido puesta a prueba, hasta este momento, pues que a uno de ellos le tocó formar parte de los ajusticiados, mientras al otro se le entregaba el don del perdón. Era el caso que el condenado tenía esposa e hijos, en tanto el afortunado estaba soltero y no tenía  responsabilidad alguna en cuanto a cargas familiares; así pues, éste pidió audiencia al propio Ciro y el emperador, en un gesto de benevolencia ante los súbditos, se la concedió. Expuso el soldado liberado la situación de su amigo y, para que aquél pudiera despedirse de la esposa y los hijos antes de ingresar en el otro mundo, le pidió al gran Ciro que le permitiera un par de días de delación para que acudiese a su hogar, bajo la promesa de volver para ser ejecutado. Desconfiado, Ciro no aceptó confiar en que el reo cumpliera su palabra, pero tampoco quería mostrarse inhumano, así que aceptaría conceder el permiso, si se le daba algún tipo de garantía. Entonces el peticionario se ofreció voluntariamente a ocupar el lugar de su amigo mientras iba, se despedía y regresaba. A Ciro le pareció bien, al fin y al cabo era una vida por otra y a él nada le importaba que fuera Mengano o Zutano; eso sí, le advirtió que al amanecer del segundo día, si el penado no regresaba, ejecutaría la sentencia en la persona que se ofrecía en su lugar.
                Así pues, tenemos al padre de familia yendo a despedirse de su familia con toda libertad, mientras que su amigo era encadenado a la espera del segundo día. El tiempo transcurrió sin tener noticias de aquel soldado padre de familia, a tal punto que llegó la última noche y el alba se hallaba próxima. Ciro en persona quiso asistir a la ejecución de aquel soldado, no sólo para confirmar que la amistad no llega a tales extremos, sino también para ver  cómo el condenado pedía clemencia sintiéndose engañado. Ya el sol estaba a punto de despuntar tras las lomas, cuando Ciro se dirigió al soldado, que ya estaba en el cadalso aguardando la muerte, y le preguntó qué le parecía que su amigo no hubiera regresado para salvarle; como respuesta, el soldado dijo estar contento de ocupar el puesto de su amigo, pues aquél debía cuidar de una familia y de él nadie dependía, por el cual motivo no sólo no le echaba en cara a su amigo que no acudiera, sino que incluso le agradecía que hubiera tomado aquella decisión. No obstante aquel discurso, Ciro ordenó que le decapitaran. Mas, cuando ya el hacha se elevaba en lo más alto, se escuchó una voz de entre los asistentes pidiendo que el verdugo se detuviera: era el padre de familia que regresaba según había prometido. Ciro detuvo la ejecución. El padre de familia pidió perdón a su amigo una y mil veces, confesándole que nunca dudó en volver, pero que en el trayecto de regreso hubo de hacer frente a unos bandidos. Admirado por aquel hecho de amistad, Ciro tuvo que reconocer que sí existía la amistad verdadera. Finalmente, el emperador perdonó la vida a los dos amigos.

viernes, 8 de abril de 2011

La rubia de siempre

 
Norma Jeane Morteson
era el verdadero nombre de la rubia más expolosiva del cine estadounidense, aunque en el bautizo el apellido pasó a ser Baker (el primero, Morteson, era el apellido de su padre, pero al separarse de su madre, ésta le dio el apellido a su hija. Lo de Marylin Monroe viene cuando a los ventiséis años la contrató como extra Ben Lyon, a quien no le debió de gustar mucho el nombre de la chica, así que la llamó Marilyn, en honor a la actriz Marilyn Miller, y Monroe porque era el apellido de soltera de su madre. Por lo demás, su vida está llena de anécdotas más o menos falsas, casi tantas como verdaderas. El mundo está lleno de biografías y datos sobre ella, que se pueden consultar en cuaquier lugar y en cualquier momento. Aqui lo que ofrecemos es un vídeo de un grupo español, Alarma, que dedicó una canción a esta sex-symbol. Por desgracia, la pobre muchacha no sobrevivió a la fama y acabó en un frío depósito de cadáveres, tras una muerte rodeada de dudas: ¿se suicidó o la suicidaron o fue un accidente? Ustedes mismos... Sea como fuere, podemos disfrutar de algunas de sus fotografías mientras escuchamos la música de Manolo Tena, José Manuel Díaz y Jaime Asúa.

domingo, 3 de abril de 2011

Añada pa la mió Aidina

En el interior de la locura de un grupete de amigos asturianos se formaron extrañas ideas allá a principios de la década de los '80, que no es la década prodigiosa, porque tal apelativo ya se lo habían apropiado, veinte años antes, los artistas españoles de los '60; sin embargo, en esta otra década la explosión cultural fue tan extraordinaria, que en música alguien acuñó el término edad de oro del pop español. Pues bien, en aquella eclosión surgieron cantantes de un solo disco, a veces ni eso, que pudieron o no dejar huella; éste es el caso de Asturcón, cuya influencia en posteriores grupos no se hizo notar y que, no obstante, posee el suficiente atractivo como para detenerse unos minutos a escuchar su grabación como pioneros del folk-rock asturiano. En realidad, el paso de Asturcón por la vida musical no fue tan efímero como pudiera deducirse, ya que ha estado en activo durante un lustro a caballo entre las décadas '70 y '80. El disco lo componen seis temas: tres son instrumentales y los otros tres poseen letra. Aquí podéis escuchar una canción de cuna titulada Añada pa la mió Aidina. Pero, ¿qué fue de Víctor Carrizo, de Paulino Solana, de Manolo, de Juan Luis, o de Juan Carlos Martínez o del teclista Mingla, y de Miguel y de Oriol y de Nacho, sin olvidarnos de Tomás Asueta ni de Javier Donaire ni de Javier Kierche? El proyecto del gijonés Carrizo sobrevive a sí mismo y todavía hoy hay quienes en su demencia escuchan esta música ancestral...