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martes, 1 de enero de 2013

Un trío amoroso en el Olimpo griego


Uno de los dioses greco-romanos más controvertidos es Hefestos, que los romanos llamaron Vulcano, el protagoniza uno de los cuadros más famosos del pintor español Diego Velázquez. Hefestos era hijo de la diosa Hera (los romanos la llamaban Juno), que estaba casada con el todopoderoso Zeus (el Júpiter de romano). Unos dicen que Hefestos fue engendrado por el matrimonio, pero otros creen que era hijo sólo de Hera (poco antes Zeus había sacado a la diosa Atenea de su propia cabeza, por lo que su celosa esposa quiso hacer algo parecido con Hefestos).

            Sea como fuere, cuando Hefestos nació era tan feo, tan deforme, que a los demás dioses les daba grima sólo mirarlo, incluso el mismo Zeus lo agarró y lo arrojó desde lo alto del Olimpo (el monte donde moraban los dioses) y éste cayó rodando hasta llegar a la isla de Lemnos. Cuando aterrizó allí, lo único que le había pasado era que había roto una pierna, por eso tuvo cojera durante toda su vida.

            Pero Hefestos, cuando creció, se convirtió en el único dios que realmente trabajaba, y lo hacía muy bien modelando cosas con el fuego, por eso tenía una fragua propia y varios cíclopes que le ayudaban. Construía todo lo que le pedían y lo que hacía no tenía rival; entre otros trabajos Hefestos era quien fabricaba los rayos que Zeus mandaba a diestro y siniestro y, por agradecimiento a su hijo (o hijastro), le concedió un deseo: Hefestos quería casarse con la diosa más hermosa del Olimpo, Afrodita, y Zeus se lo concedió.

            Ahora bien, a Afrodita, además de ser la más bella, le gustaban las fiestas, las excursiones exóticas, los cotilleos… lo normal. Estando casada con el seriote de Hefestos se aburría enormemente; además, su marido no era ni mucho menos un “adonis”: feo, cojitranco y siempre de mal humor. Así que Afrodita buscó consuelo fuera del lecho conyugal y lo encontró en el lecho de Ares (el Marte romano), que era un dios al que le gustaba ir a guerrear con sus armas, muy machote él, muy viril, apuesto y fuerte, y siempre presumiendo de músculo. Así que no fue de extrañar que Afrodita y él acabaran teniendo una relación extramarital. Intentaban, cómo no, esconderse lo más posible, pero el dios Apolo, que era un dios muy cotilla y que siempre acababa enterándose de todos los trapicheos, también dio en conocer esta relación y se fue con el cuento a Hefestos.

            Llegados a este punto, Hefestos, que seguía enamorado de Afrodita, quiso dar una lección a los amantes, pero intentando que su esposa siguiera a su lado. Así pues, construyó una especie de telaraña muy resistente hecha a base de plata. Como Apolo le había indicado donde solían encontrarse, Hefestos esperó paciente y escondido, con la telaraña preparada, a que aparecieran los dos. Y aparecieron. Y Hefestos les dejó hacer; o sea, que, como cualquier pareja en tales situaciones, se dispusieron a gozarse uno del otro. Cuando estaban los dos concentrados en el meollo, Hefestos lanzó sobre ellos la telaraña y quedaron atrapados como dos moscas. Luego, llamó a los demás dioses para que vieran el espectáculo y allí se reunieron a echar unas cuantas carcajadas a costa de la pareja, aunque los dioses machotes no dejaban de admirar, entre risa y risa, los atributos femeninos de Afrodita, y alguno hubo, como Hermes (al que los romanos llamban Mercurio), que confesó que no le importaría ser motivo de burla si hubiera estado en lugar de Ares.

            Al final, Hefestos les hizo prometer que no se volverían a ver, si les liberaba. Claro, aceptaron sin rechistar. Sin embargo, se cree que después de unos días, durante los cuales ni Afrodita ni Ares se mostraban en público avergonzados, retomaron su relación amorosa y así continuaron hasta el final de los tiempos.
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