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viernes, 27 de diciembre de 2013

Navidades, Navidades




Como todos los años por estas fiestas mi casa está adornada con elementos navideños; es más, a falta de un árbol hay dos. Aunque no soy muy partidario de ello, este año incluso he puesto un pequeño “Belén”, cuyas figuras me fueron dadas  por un familiar, pues éste acababa de comprar uno nuevo; al que ahora es mío le falta “San José” y un par de camellos, pero bueno… todo vale. Todo esto viene dado al hecho de que no son pocos los que me conocen y saben de mis creencias religiosas, pues no creo en la existencia de una fuerza sobrenatural, llámese dios, magia o brujería; pues bien, ésos que saben de mi ateísmo me suelen preguntar por qué celebro la Navidad. Yo siempre les respondo que no celebro la Navidad, sino el Solsticio de invierno. Aclaremos esto.
Todas o casi todas las civilizaciones conocidas, tanto las históricas como las prehistóricas, han celebrado de alguna manera los solsticios de verano y de invierno, y lo han hecho en las fechas adecuadas; es decir, hacia el veinte de junio y el veintiuno de diciembre. Estas celebraciones han venido respetándose desde tiempos ancestrales, sobre todo las del solsticio de invierno, pues éste venía a representar el renacimiento de la vida [el solsticio de verano marca el momento en que los días comienzan a decrecer a favor de las noches, mientras que en el de invierno son las días los que empiezan a aumentar su duración en detrimento de las noches]. Todo lo cual quiere decir que “mi celebración” cuenta con el apoyo de una tradición que se remonta al Paleolítico y, además, se sostiene con estudios científicos y filosóficos.
Por el contrario, la “Navidad” viene a resultar algo reciente comparado con lo dicho hasta ahora. En primer lugar, si se admite la existencia de Jesús y se tiene como verdadero lo que se cuenta en el Nuevo Testamento, habremos de convenir que el “Niño” nació en primavera y no en invierno, así que la fecha actual es incorrecta. Por otro lado, no fue hasta la Edad Media en que alguien comenzó a celebrar el acontecimiento, y eso por decreto oficial del Papado; éste, pretendiendo sacralizar la fiesta pagana que se llevaba a cabo en diciembre, decretó que dicha fiesta fuera trasladada al día veinticinco, en el cual día también se conmemoraría el nacimiento de Jesús.
En vista de lo visto, soy yo quien debería preguntar a los “creyentes” el motivo por el que celebran la Natividad en diciembre, cuando la Biblia indica lo contrario. En cuanto a los adornos, todo el mundo conoce más o menos la historia del árbol, que, resumida, viene a ser: los paganos del centro de Europa engalanaban un abeto en señal de resurgimiento de la vida; con el tiempo, la Iglesia se apropió, una vez más, del árbol y lo hizo suyo, pues no consiguió desterrarlo, como en un principio intentó, llegando incluso a amenazar con la excomunión a quien lo adorara.

Por lo demás, ¿para qué nos vamos a complicar acusándonos de esto o eso otro? Al fin y al cabo, hoy en día todos nos tomamos estas fechas como unas fiestas para ponerse morado de comida y bebida, para gastar el dinero que se tiene o no, para acordarse de la familia o para lo que sea. El posible significado pagano o religioso ha pasado a un segundo término y su lugar lo ocupa el “merchandising”.

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