Como todos los años por estas
fiestas mi casa está adornada con elementos navideños; es más, a falta de un
árbol hay dos. Aunque no soy muy partidario de ello, este año incluso he puesto
un pequeño “Belén”, cuyas figuras me fueron dadas por un familiar, pues éste acababa de comprar
uno nuevo; al que ahora es mío le falta “San José” y un par de camellos, pero
bueno… todo vale. Todo esto viene dado al hecho de que no son pocos los que me
conocen y saben de mis creencias religiosas, pues no creo en la existencia de
una fuerza sobrenatural, llámese dios, magia o brujería; pues bien, ésos que
saben de mi ateísmo me suelen preguntar por qué celebro la Navidad. Yo siempre
les respondo que no celebro la Navidad, sino el Solsticio de invierno.
Aclaremos esto.
Todas o casi todas las civilizaciones
conocidas, tanto las históricas como las prehistóricas, han celebrado de alguna
manera los solsticios de verano y de invierno, y lo han hecho en las fechas
adecuadas; es decir, hacia el veinte de junio y el veintiuno de diciembre.
Estas celebraciones han venido respetándose desde tiempos ancestrales, sobre
todo las del solsticio de invierno, pues éste venía a representar el
renacimiento de la vida [el solsticio de verano marca el momento en que los
días comienzan a decrecer a favor de las noches, mientras que en el de invierno
son las días los que empiezan a aumentar su duración en detrimento de las
noches]. Todo lo cual quiere decir que “mi celebración” cuenta con el apoyo de
una tradición que se remonta al Paleolítico y, además, se sostiene con estudios
científicos y filosóficos.
Por el contrario, la “Navidad” viene
a resultar algo reciente comparado con lo dicho hasta ahora. En primer lugar,
si se admite la existencia de Jesús y se tiene como verdadero lo que se cuenta
en el Nuevo Testamento, habremos de convenir que el “Niño” nació en primavera y
no en invierno, así que la fecha actual es incorrecta. Por otro lado, no fue
hasta la Edad Media en que alguien comenzó a celebrar el acontecimiento, y eso
por decreto oficial del Papado; éste, pretendiendo sacralizar la fiesta pagana
que se llevaba a cabo en diciembre, decretó que dicha fiesta fuera trasladada
al día veinticinco, en el cual día también se conmemoraría el nacimiento de
Jesús.
En vista de lo visto, soy yo
quien debería preguntar a los “creyentes” el motivo por el que celebran la Natividad
en diciembre, cuando la Biblia indica lo contrario. En cuanto a los adornos,
todo el mundo conoce más o menos la historia del árbol, que, resumida, viene a
ser: los paganos del centro de Europa engalanaban un abeto en señal de
resurgimiento de la vida; con el tiempo, la Iglesia se apropió, una vez más,
del árbol y lo hizo suyo, pues no consiguió desterrarlo, como en un principio intentó,
llegando incluso a amenazar con la excomunión a quien lo adorara.
Por lo demás, ¿para qué nos vamos
a complicar acusándonos de esto o eso otro? Al fin y al cabo, hoy en día todos
nos tomamos estas fechas como unas fiestas para ponerse morado de comida y
bebida, para gastar el dinero que se tiene o no, para acordarse de la familia o
para lo que sea. El posible significado pagano o religioso ha pasado a un
segundo término y su lugar lo ocupa el “merchandising”.
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