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sábado, 28 de marzo de 2015

EL CALENDARIO

Es de común conocimiento que el calendario por el que nos regimos en la actualidad tiene su origen más inmediato en los tiempos de la Antigua Roma; eso sí, desde entonces ha sufrido alguna modificación para adecuarlo a la forma más correcta posible. También es de común conocimiento que los nombres y expresiones usados en nuestro calendario provienen de los mismos nombres y expresiones empleados por los antiguos romanos. Lo que aquí se pretende, pues, es sólo rememorar todo esto. Empecemos, por tanto, con ello.

Nuestro año, compuesto por 365 días (excepción hecha del “año bisiesto”), lo dividimos en doce partes de más o menos igual duración, a cuya división llamamos “mes”, otorgando a cada uno de los doce meses un nombre concreto, desde “enero” hasta “diciembre”. Esto lo sabemos desde pequeños, pero lo que tal vez no supiéramos es que esta división del año en doce partes no fue siempre así. Si nos fijamos en el nombre de los últimos cuatro meses, notaremos que algo no encaja: “sept-i-e-mbre”, “octu-bre”, “novi-e-mbre”, “dici-e-mbre” (siete-bre, ocho-bre. nueve-bre. diez-bre); pero los números no cuadran con el número de mes, porque septiembre es el noveno mes y no el séptimo, octubre es el décimo mes y no el octavo, etc. El motivo de tal peculiaridad es que en un principio, unos 700 años antes de comenzar nuestra era, el año estaba dividido en diez partes o meses, de donde “dici-e-mbre” era el décimo mes, pues que era el último del año (de modo que el año constaba tan sólo de 304 días). Así pues, el año comenzaba en Marzo y terminaba en Diciembre. ¿Y por qué no se empezó a contar el año precisamente en Marzo y no en Abril o Mayo...? Todo se debe al afán belicoso de aquellos pueblos. Entonces, las guerras se tomaban un respiro en época invernal: los ejércitos se retiraban o bien a sus ciudades o a sus campamentos estables y allí permanecían hasta que el llegaba el buen tiempo, con la primavera. Entonces, los ejércitos se volvían a poner en marcha y se reiniciaban las hostilidades. Dado que para los romanos existía la guerra tenía como símbolo al dios que ellos llamaban Marte, le dedicaron este primer mes de la guerra, sin duda con el loable fin de que el dios le fuera propicio y les ayudara a derrotar al enemigo. Y así, llamaron a este mes “Martium”, de donde proviene nuestro Marzo.

En cuanto a Abril, se tienen dudas sobre el origen del nombre, aunque la mayoría se inclina por relacionarlo con la palabra latina “aperire”, que significa “abrir”, recordando que es el mes en que florecen las plantas y la naturaleza se abre a la primavera. Algo parecido ocurre con Mayo, sobre cuyo origen, el del nombre y no el del mes, parece que no hay consenso, si bien todo hace suponer que se relaciona con un ser sobrenatural de nombre Maia, aunque existían una diosa y una ninfa con ese nombre, de donde surgen dudas sobre a cuál de ellas honrarían los romanos; de todas formas, en este mes los ciudadanos celebraban la fiesta que conocían como Maius, un festival dedicado a la diosa, por lo que parece que ésta es la candidata al premio. Esta Maia era la diosa que, según se creía, auspiciaba la fertilidad, nada más apropiado para un mes en que la vida comienza a brotar por todas partes después del letargo invernal.

Llegamos a Junio. Tampoco aquí parece que haya anuencia sobre el origen del nombre. Mientras unos pretenden emparentarlo con la diosa Juno, otros dicen que estaba dedicado a Junio Bruto, a quien se considera el fundador de la República romana. En cualquier caso, después de este mes llegaba el mes Quinctilis, en clara alusión a que era el quinto. Hasta que no llegó el afamado Julio César, a partir de este mes ya no había meses con nombre propio, sino el ordinal (Sextilis, September, etc). En un principio éste era un mes un tanto largo, dado que contenía ni más ni menos que 36 días; pero llegó Rómulo y fundó la ciudad de Roma, durante el cual reinado a este Rómulo le pareció excesivo tanta cantidad de días y los redujo a 31; despues, hace aproximadamente 2700 años bajo el reinado de un tal Numa Pompilio, el número de días se redujo a 30. Y entonces llegamos a Julio César, que mandó reformar el calendario y “ponerlo al día”, devolviendo los 31 días al mes y actualizando los desfases más notorios que el calendario había ido acumulando por no esta adecuado a los años naturales (la traslación de la Tierra alrededor del Sol). En honor a esta encomiable tarea, se honró a Julio César llamando a este mes Julio (se ve que en aquella época no se dedicaban los nombres de las calles a este tipo de homenajes). A Julio César le sucedió en el poder su hijo adoptivo, Octavio, a quien nombraron Augusto. Octavio, por no querer ser menos que su antecesor, puso su nombre al siguiente mes, de donde pasó de ser llamado Sextilis a ser conocido como Agosto.

Por lo demás, el resto de los meses conversaron su nominación hasta nuestros días. Sin embargo, queda por aclarar el origen de los dos meses que en la actualidad figuran como los que comienzan el año. ¿Cuándo los colocaron ahí y a qué se deben sus nombres? Pues bien, fue bajo el mandato de aquel rey que se mencionó antes, Numa Pompilio, cuando se añadieron estos dos meses, de manera que se vino a reparar un tanto la anomalía del calendario con el “año natural”. Hablemos de Febrero. Su nombre se debe a la palabra latina de origen etrusco “februa”. El día 15 del último mes del año, que era este mes del que hablamos, se celebraba una especie de “fiesta de la purificación”, posiblemente prerromana, que era conocida con ese nombre etrusco. La fiesta alcanzó tanta popularidad que los romanos acabaron por nombrar así al mes en que se celebraba el festival, y de ahí se pasó a inventarse un dios homónimo, cuya misión sería la de purificar, sobre todo mediante el agua. El caso es que , si bien estos dos meses cerraban el año cuando se añadieron bajo Numa Pompilio, el tiempo, el uso y las reformas acabaron por trastocar su posición y al primero de ellos lo pusieron bajo la advocación del dios Jano, que era una especie de dios de doble cara, pues que venía a representar el principio y el fin, el espíritu del doble sentido de la puerta: por un lado sales y por el otro entras; así que Ianuarium (de Ianum), servía para cerrar un año y abrir otro, de donde viene nuestro Enero.


Si alguien se pregunta por qué había tanto disparidad entre el calendario romano y el año que tarda el planeta en rodear el Sol, se debe a que este calendario está basado en las fases de la Luna, no en el Sol, por el cual motivo aún en la actualidad tenemos que añadir un día cada cuatro años.

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