Cuando levantamos la vista al cielo y vemos las nubes o las
estrellas o nuestro satélite la Luna o nuestro astro-rey el Sol, nos sentimos
parte de la grandeza que nos da este planeta al que llamamos Tierra. Aunque los
medios de transporte actuales nos acercan en tiempo, achicando el espacio entre
distintos países y continentes, aún tenemos esa sensación de que el globo
terráqueo es grande, no inmenso como se solía pensar en tiempos pretéritos,
pero sí grande y espacioso. En realidad, si comparamos a la Tierra con sus
planetas vecinos, los planetas interiores del sistema solar, todos ellos tan
rocosos como el nuestro, salimos ganando. No hay más que echar un vistazo para
ver los tamaños proporcionales.
Claro que si nos alejamos un poco y nos vamos en dirección
al exterior, donde nos topamos con los gigantes gaseosos, ya nuestra Tierra,
que es nuestro hogar, se queda un tanto chica, abrumada por los enormes
diámetros de los planetas:
¿Pero, qué pasa cuando osamos equipararnos a nuestro Sol, a
esa estrella que nos da luz y calor? Apenas nos distinguimos, somos una mancha,
como un mosquito aplastado en la luna delantera del coche o en la pared de una
habitación. Pensemos que nosotros vivimos en esa mancha y aun hay espacio
suficiente para que vivan unos cuantos millones de nosotros más.
Sin duda, pensarían algunos, esta estrella nos hace sentir
ridículos, aunque, claro, estaríamos hablando de uno de los mayores astros del
universo. ¡Qué equivocados estarían éstos que así pensaran! Nuestra estrella,
nuestro Sol, ni siquiera llega a la altura de la media; es tan chiquito, que
los estrellas de un tamaño moderado nos hacen sonrojar. En la comparación, el
Sol casi se desvanece.
En fin, visto así, puesto al lado de la estrella Arturo, el
Sol, aquella estrella en que la Tierra era un mosquito aplastado, ahora resulta
que le toca a él convertirse en mosquito, en una manchita de nada que en un
vestido apenas nadie se daría cuenta de su existencia. Aun así, habría quienes
dijeran que, bueno está, pero no deberíamos comparar el Sol con la gigante
Arturo, que seguramente sería la mayor estrella conocida. ¡De nuevo mal! Arturo
es insignificante ante la inmensidad de las estrellas supergigantes; ahora el
Sol ni existe para ellas, no es nada. Siendo así, ¿qué pasa con la Tierra? ¿y
con nosotros? Y nos creíamos los amos del universo. Para Antares no somos si
quiera ni una molécula, ni un átomo; somos menos que nada. Y os aseguro que
Antares no es la mayor estrella conocida, pero casi da vergüenza seguir las
comparaciones.
Ni somos el ombligo del mundo ni al mundo le importamos un
bledo. Pongámonos en nuestro sitio y pensemos en lo que somos y vivamos de
acuerdo con ello.
Tierra – Venus
– Marte – Mercurio – Luna
Júpiter –
Saturno – Urano – Neptuno – Tierra – Venus – Marte – Mercurio – Luna
Sol - Júpiter
– Saturno – Urano – Neptuno – Tierra – Venus – Marte – Mercurio
Sol – Sirio –
Pólux – Arturo
Pólux – Arturo
– Rigel – Aldebarán – Betelgeuse - Antares
Y ahora reflexionemos: ¿dónde está nuestra querida Tierra? ¿en dónde hemos dejado nuestro amado Sol? Comparados con Antares, ¿qué somos nosotros, la especie humana?
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